Un siglo de los manuscritos de Pedro López Ruiz (1917-2017)

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Francisco Fernández García

(Archivo Municipal de Caravaca de la Cruz)

Hace cien años Pedro López Ruiz tuvo la idea de recoger en unas modestas cuartillas sus conocimientos sobre el culto que se rendía a la Stma. y Vera Cruz de Caravaca en su época. Nuestro protagonista, jabonero de profesión, nació en Caravaca en 1878 y desde siempre fue un fiel devoto la Cruz, ingresando en su Cofradía en 1898, al cumplir los veinte años; a lo largo de su vida desarrolló variadas actividades dentro de la misma y fue en varias ocasiones miembro de su junta directiva.

Los cinco cuadernillos que componen el conjunto de sus anotaciones se redactaron en su mayoría en septiembre de 1917, por lo que tal vez pudo influir en su génesis la muerte del conocido popularmente como el Padre Sala en abril de ese año. Francisco Sala Nougarou fue Hermano Mayor durante los años 1913 y 1914, ocupando con anterioridad los cargos de tesorero y secretario de festejos, precisamente ejerciendo este último fue cuando se produjo el ingreso de López Ruiz en la Cofradía, iniciándose desde entonces la colaboración entre ambos.

El prestigio y reputación de Sala se basaban en su eficacia, capacidad de trabajo y rigor; cualidades que le llevaron en 1898, época en la que era secretario de la Comisión de Festejos a redactar un reglamento de la misma, de singular relevancia para conocer el desarrollo histórico de nuestras fiestas. Siguiendo su ejemplo y presagiando tal vez los cambios que inevitablemente se habrían de producir, López Ruiz decidiera en 1917 dejar constancia de toda una serie de rituales, ceremonias y sucesos para que “nunca se cometa por ignorancia la más pequeña trasgresión en el culto y en el ceremonial sublime y excelso que le es debido a tan gloriosa y amadísima Sagrada Reliquia”. Premonitorio pensamiento teniendo en cuenta lo sucedido posteriormente.

Sea como fuere, el caso es que sus manuscritos tienen una gran importancia, tanto por su valor histórico como por constituir un testimonio directo sobre una época, aunque cercana el tiempo, bastante desconocida e indocumentada, por lo que cuando en 1942 se instauró de nuevo el culto de la Cruz de Caravaca en su santuario se perdieran algunas de las particularidades y características del mismo, de las que nada sabríamos (de hecho hasta la aparición pública de estos textos hace una década se desconocían totalmente) a no ser por la meticulosidad con que nuestro protagonista acometió su tarea.

Dos son los temas que sobre los que versan fundamentalmente sus escritos: el culto de la Cruz de Caravaca y la celebración de sus festividades. Respecto al primero, es de destacar el capítulo dedicado a los Conjuros, en el que reseña con riguroso detalle todos los que se celebraban en su época: los dos diarios que se efectuaban durante el mes de abril en el exterior del templo y los que se realizaban de manera especial cada vez que una tormenta se acercaba a la ciudad o a su huerta, excepto en los meses de invierno, utilizándose para estos la capilla destinada a tal efecto. Del mismo modo resulta muy interesante su descripción de los otros dos existentes, que se celebraban los días 1 y 2 de octubre a las 5 de la mañana, dedicados a las Monjas Carmelitas y a las Clarisas, respectivamente. Se oficiaban en el exterior del templo junto a la muralla, cada uno en un sitio distinto para que el sacerdote pudiera mirar de frente al convento a quien iba dedicado. También aporta una interesante información sobre las ceremonias de los viernes de cuaresma, en especial el de la festividad de San Lázaro, y los misereres.

El segundo de los temas, las fiestas de la Vera Cruz de mayo, ocupa la mayor parte del manuscrito, ya que son durante ellas cuando tienen lugar los ceremoniales y rituales más destacados, antiguos y característicos y también los festejos más populares. Por desgracia, los textos no se conservan en su totalidad, por lo que apenas encontramos referencias a los días 3, 4 y 5 de mayo, en contraste con la exhaustiva y detallada relación que ofrece de los actos desarrollados durante el día 2.

Sus anotaciones si inician con el toque de campanas, conocido como “alborada”, que tenía lugar a las 3 de la mañana y concluyen con la vela nocturna de la Cruz en la parroquia durante la noche del 2 al 3 de mayo, registrando con minuciosidad todo lo comprendido entre ambos: la concentración de las autoridades civiles y religiosas, sus traslados al Templete para la Misa de Aparición, al Convento de las Carmelitas para recoger la Bandeja de Flores, al Ayuntamiento para entregársela al Alcalde y finalmente al Castillo para su ofenda a la Cruz, detallando los diferentes itinerarios por donde transcurre, la Bendición del Vino y las Flores y las carreras de los Caballos del Vino, para las que existía un jurado para decidir “con verdadera imparcialidad y justicia, el caballo o caballos que por su velocidad en la carrera, se ha hecho o se han hecho acreedores al premio o premios”.

Igualmente pormenorizadas, si no más, son las referidas a las procesiones y ceremonias de la tarde, en las que incluye gran cantidad de detalles sobre los momentos previos al inicio de la procesión, colocación en la custodia en el carro, toques de campanas, etc., siendo lo más llamativo y didáctico un croquis con la situación que ocupaban de todos los participantes en las procesiones de la Cruz.

López Ruiz no solo deja constancia de la existencia de todos los actos y ceremonias del programa, sino que aporta también una gran cantidad de información pormenorizada que nos permite conocerlos con detalle, contribuyendo de igual manera al conocimiento de algunas facetas desconocidas, como el “juego de portas” de los Armaos.

Si bien López Ruiz no alcanzó su objetivo, al menos no en su totalidad, ya que como ya se ha dicho, con la reintegración del culto de la Cruz de Caravaca en 1942 se perdieron muchos rituales (la mayor parte de los conjuros, los misereres, etc.), no obstante creo que se sentiría muy orgulloso sabiendo que sus escritos hayan sido finalmente los únicos conservadores de tan preciada información.

Como en todo hay una excepción, hay algo que si se ha recuperado gracias a sus escritos: los corporales de la Bendición del Vino, que habían sido olvidados por todos y desaparecido totalmente. Los corporales eran unos trocitos de tela cuadrados de pequeño tamaño, tres centímetros y medio cada lado, elaborados por las Clarisas que se colocaban junto a las flores y el purificador o purificadores, para ser rociados con vino bendecido por la Cruz.

Pedro López Ruiz falleció en 1957, a la edad de 84 años, sus cuadernillos pasaron a su hijo Rafael López Satorre y posteriormente al que fuera director de este periódico Juan Antonio Lloret Laborda, quien en el año 2008 los donó Archivo Municipal de Caravaca, donde se conservan desde entonces, editándose al año siguiente con el título de “Festividades y Culto de la Stma. y Vera Cruz de Caravaca (Los escritos de D. Pedro López Ruiz)”, cuya lectura recomiendo a todos los interesados en la historia de la Cruz de Caravaca.

Tras la publicación del libro, la entonces Camarera de la Cruz Loli Nevado sirviéndose de la descripción ofrecida por López Ruiz, incorporó de nuevo los corporales a la Bendición del Vino y las Flores, utilizándose desde entonces.

 

Fuente: https://elnoroestedigital.com

 

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