Al final de la calle de Rafael Tejeo se alza imponente la popularmente llamada «Casa de la Virgen», uno de los edificios más bellos y emblemáticos de la arquitectura civil caravaqueña del barroco. Debe su nombre a la hornacina que custodia la imagen de Nuestra Señora de las Angustias o de las Conquistas, copia de la patrona de Granada, que desde su camarín se asoma benefactora invitando al paseante a rezar una salve concediéndole por ello 80 días de indulgencia.
La casa, perteneciente al linaje de los Condes de Santa Ana de las Torres, tiene una larga historia y ha ido modificando su fisonomía desde el siglo XVI hasta mediados del siglo XVIII cuando Don Andrés de Quesada Fernández de Córdoba y su esposa Doña Antonia de Robles Miñarro y Tomás de Abellán reformaron en partes muy esenciales la fábrica anterior quedando con el aspecto que hoy podemos contemplar y que afortunadamente apenas ha sufrido variaciones.
Su fábrica tiene algunas peculiaridades que la diferencian de otras casas de su época no sólo en el conjunto de la región sino dentro de la misma ciudad, algunas deliberadamente buscadas y otras impuestas por la ampliación antedicha; así, frente a la casa típica caravaqueña (donde normalmente el porche murciano se sustituye por zaguán que se abre directamente o a través de una puerta a la escalera imperial) aquí encontramos, un patio rectangular que permite el acceso a las diversas estancias por medio de un sistema doble de escaleras mutuamente enfrentadas: la principal y la llamada escalera del surtidor (bajo cuyo hueco se encuentra la acequia que abastece las necesidades de la casa y riega los huertos) lo que permite por una parte la libre circulación sin encuentros entre la familia y los empleados y, por otra, la comunicación directa del servicio a las habitaciones principales situadas en el primer piso y la subida de esquimos a las falsas donde se guardaba el grano, evitando polvo y suciedades en las habitaciones destinadas a vivienda.
La fachada a base de ladrillo es una de las pocas que conserva el verdugado y tiene magnifica rejería rococó. En cuanto al nicho o camarín de la Virgen es, tanto por dentro como por fuera, una de las piezas de factura más delicada de la región. Sus cristales se tasaron en 116 reales y en 200 los faroles grandes que daban luz a la imagen; amén de otros diez que distribuidos por la fachada ardían continuamente. La imagen propiamente dicha se tasó en 640 reales y es copia de la patrona de Granada. Desconocemos su autor aunque sabemos que el constructor de la casa tenía cuenta con el escultor Francisco Fernández Caro, no sabemos si para la ejecución de ésta imagen o de alguna para la capilla de la casa-cortijo de Las Peñicas.
En lo alto del hueco de la escalera están representadas las armas del linaje. En esta época ya no era frecuente la colocación de escudos en la fachada pero era una constante su colocación en el interior -como podemos ver en otras casas de Caravaca- ya fuesen de escayola policromada (como en la contigua de los San Mamés, casa de los Melgares de Segura, casa de doña María Girón, etc. ), en reposteros (casa de los condes de Reparaz) o, como en este caso, en pintura mural que afortunadamente se ha conservado y queda como la única muestra de tantos otros escudos caravaqueños que han desaparecido bajo la pintura en sucesivas restauraciones(2).
Para entender el porqué del establecimiento de los Quesada en Caravaca hay que explicar que en esta familia recae, por ausencia de descendencia masculina, el mayorazgo de los Moya, antiguos hidalgos de Beas de Segura que se establecieron en Caravaca como alcaides del Castillo y Fortaleza, nombrados por los marqueses de los Vélez, casa a la cual estaban estrechamente vinculados. Dicho cargo fue desempeñado ininterrumpidamente por caballeros de este apellido de forma cuasi hereditaria durante más de 200 años.
Los alcaides eran nombrados por el Rey a través del Comendador. Entre otras prerrogativas y obligaciones adscritas estaban la defensa y custodia del Castillo y de la Santísima Cruz con su relicario, haciéndose cargo de que estuviera en buena guarda con toda la reverencia y veneración posibles, no permitiendo que saliese la reliquia de su lugar más que en casos muy forzosos o en los casos estipulados de las fiestas y procesiones, obligándose a no innovar cosa alguna, así como a la guarda y tenencia de una de las tres llaves del sagrario.
Fuente: De la Peña Velasco, Concepción. «El Retablo Barroco en la Antigua Diócesis de Cartagena». Universidad de Murcia, 1992. Pag. 295.