EL DÍA QUE A CARAVACA LE CAMBIARON EL NOMBRE

EL DÍA QUE A CARAVACA LE CAMBIARON EL NOMBRE

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No crean que la ciudad de la Cruz se ha llamado siempre igual, ni siquiera en tiempos recientes. Hasta la segunda parte del siglo XX la ciudad de la Cruz se llamó simplemente Caravaca. Así podemos verlo en documentos y mapas y hasta en placas. Por ejemplo, en la calle Cuesta de la Plaza podemos ver una placa que pone “Carabaca (sic) – provincia de Murcia”. Sí, “Carabaca” con “b”.

Placa sita en la calle Cuesta de la Plaza

En el siguiente mapa que se adjunta de 1778 del Instituto Geográfico Nacional aparece solo “Caravaca”.

Instituto Geográfico Nacional, 1778.

En este otro mapa del Atlas general de España publicado por la casa editorial Bailly-Bailliere (Madrid, 1914), también aparece solo Caravaca.

Atlas general de España, 1914.

En fin, a poco que une busque encontrará documentos y documentos en los que se refieren a la ciudad solo como “Caravaca”.

La fecha del cambio de nombre de la ciudad fue el 9 de marzo de 1962, fecha en la que el Consejo de Ministros aprueba dicho cambio pasándose a denominar desde entonces “Caravaca de la Cruz”. Los trámites habían comenzado un año antes, en febrero de 1961 -siendo aprobada por unanimidad en sesión plenaria el 23 de marzo de 1961 y quedando así facultado el alcalde para iniciar la tramitación del correspondiente expediente- cuando el alcalde de la localidad, Amancio Marsilla, presentó una Moción al Ayuntamiento para el cambio de nombre y la fundamentó de esta manera:

Desde hace largo tiempo viene llegando a la Alcaldía el eco de diversos sectores de la Población referentes al deseo de que el actual nombre del Municipio sea alterado de forma tal que sin variarlo en su actual contextura quede ligado de un modo especial a la Sagrada Reliquia por la que fundamentalmente es conocido en nuestra Patria, dando así carácter formal a lo que viene siendo un hecho tradicionalmente sentido. Y como estas expresiones del vecindario son dignas de considerarse por cuanto la Santísima y Vera Cruz representa el símbolo más característico de Caravaca, es su Patrona, en su honor se celebran las Fiestas Mayores en el mes de Mayo, constituye el lazo de unión espiritual de todos los caravaqueños, siendo objeto de especial devoción durante siglos, preside las actuaciones públicas genuinamente locales, está presente en todos los hogares y es, en fin, el signo luminoso que expande su luz a todos los ámbitos de la Ciudad”.

En el cambio de nombre de la ciudad también tuvo su importancia la publicación en 1961 de la novela “Caravaca de la Cruz”, de Gregorio Javier, que tuvo gran repercusión entre sus paisanos y popularizó el nombre con el que actualmente se denomina la ciudad.

El expediente se remitió a la Director General de Administración Local del Ministerio de la Gobernación y éste a su vez lo hizo a la Real Academia de la Historia para que informase sobre la conveniencia del cambio. El dictamen de la Academia de la Historia fue negativo, comparando sarcásticamente el caso de Caravaca con el hipotético de que Zaragoza hubiese querido llamarse Zaragoza de la Venida de la Virgen en carne mortal. A pesar del dictamen negativo, el Ayuntamiento acordó oponerse al dictamen y presentar las alegaciones correspondientes ante la autoridad competente siguiendo el expediente su tramitación y siendo finalmente aprobado el cambio de nombre por el Consejo de Ministros el referido 9 de marzo de 1962, comunicándosele oficialmente al Ayuntamiento de Caravaca – a partir de entonces Caravaca de la Cruz- mediante carta del subsecretario del Ministerio de la Gobernación el 10 de abril de 1962. ¿Cuándo empezó a por primera vez a utilizarse el nuevo nombre? A partir de las fiestas patronales de ese año, 1962.

Peregrinar en tiempos de Frontera

Peregrinar en tiempos de Frontera

Recién iniciado el Año Jubilar 2024, los Caminos de la Cruz de Caravaca empiezan a poblarse de piernas inquietas, espaldas cargadas con equipaje, y miradas puestas en la Basílica Santuario; objetivo final de un viaje de fe, búsqueda y encuentro. Los caminos son transitables, unos más duros que otros, pero todos señalizados y en buen estado, con alojamientos, pueblos y villas por los que pasar y descansar, acudir a sus lugares de interés…

Sin embargo, no siempre peregrinar a Caravaca de la Cruz fue tan seguro y relativamente cómodo. Hubo un tiempo pretérito en que echarse a los caminos a peregrinar a un lugar santo suponía poco menos que jugarse el pellejo cada día y cada noche, pues la realidad geográfica y política era bien diferente en aquella época.

Peregrino, cuídate de los sarracenos en el camino…”

Las primeras indulgencias concedidas por la adoración de la Vera Cruz de Caravaca las encontramos a finales del siglo XIV, otorgadas por Clemente VII (El antipapa de Avignon, ¡casi nada!), por peregrinar a Caravaca en determinados día señalados con festividades religiosas.

Los problemas con los que se topaban los peregrinos eran, por un lado los esperables (caminos abruptos, inclemencias meteorológicas, y tener que dormir al raso muchas veces), y los imponderables (asalto de bandidos, fauna hostil…). Pero principalmente, el mayor peligro que acechaba a los caminantes era la condición de Caravaca como frontera con la Granada musulmana.

El infante don Alfonso, futuro Alfonso X El Sabio, conquista la taifa de Murcia firmando el Tratado de Alcaraz con los herederos del emir Ibn Hud en 1243. Partiendo de ese momento, los límites territoriales del Reino de Murcia van a mutar, quedando nuestra Caravaca en las cercanías de la frontera granadina, a unas leguas de la “terra nullius”, tan peligrosa como impredecible.

Como podremos imaginar, el peregrino que marchaba camino a Caravaca debía andar con mil ojos y desempeñarse bien con su bordón, pues las algaras y razias granadinas eran pan de diario, y a poco que la mala fortuna le golpease y la astucia le fallara, podía acabar cautivo y esclavo de algún sayid, o a bordo de un barco camino a los mercados de personas de Argel. La frontera era un lugar hostigado y tensionado, donde uno podía prosperar practicando el contrabando y las incursiones a poblaciones cercanas a ambos lados de la línea, cobrándose buenos botines; fue la época de los caballeros de cuantía, que no eran nobles pero sí lo bastante adinerados para costearse caballo y armas con los que cabalgar contra los moros y obtener más riqueza. Y en mitad de todo, como es tristemente habitual, las personas corrientes que nada saben de la guerra pero sí la pagan con su sangre.

En tal situación, era importantísimo viajar en grupo, jamás en solitario, pues el grupo es fuerte, y el individuo presa fácil. Y desde luego, confiar en que las Ordenes Militares mantuvieran férrea vigilancia de los caminos. No fue hasta la toma de Granada en 1492 cuando la franja fronteriza comienza a difuminarse, las cabalgadas a disminuir, y finalmente los caminos a hacerse más seguros de recorrer.

Y al final del camino… la Cruz”

Hoy en día, acabamos nuestra jornada peregrina, acudimos a nuestro alojamiento, tomamos una ducha, un refrigerio, y reposamos los pies. En tiempos antiguos el cariz era bien diferente. Un importante número de fieles llegaba a Caravaca en un estado de salud lamentable, afectados por enfermedades, heridas infectadas, lesiones, o estragos propios de la edad. Para ellos y para los menesterosos, se levantaron los hospitales que se situaban en las entradas a Caravaca, como lo fueron los hospitales de la Concepción y San Juan de Letrán (junto a la iglesia de la Concepción), que hallaban quienes venían del Camino Real de Granada, y el hospital viejo que se encontraba donde hoy se alza la imponente parroquia de El Salvador, cruce de caminos desde Moratalla y Murcia. En estos hospitales se daba atención a los maltrechos peregrinos, cuidados médicos, o consuelo espiritual a quienes se preparaban para encontrarse con Dios.

Los peregrinos que se reponían, eran los que concurrían “…en gran número…” a la capilla de la Vera Cruz de Caravaca en el Castillo, más adelante Santuario, con la esperanza de ver sus esfuerzos y penurias recompensadas, y contemplar la Santísima y Vera Cruz de Caravaca; a mayor fortuna, retocar con ella sus dijes o cruces para llevarlas pendidas del cuello y sentir la protección y bendición del Lignum Crucis.

Peregrinar puede ser un acto de Fe o de contemplación, pero siempre implica sacrificio y esfuerzo físico. Por muy cuesta arriba que se nos haga el Camino y más adversidades que enfrentemos en él, aún debemos recordar que hace 700 años ya se peregrinaba, sin caminos aplanados y sí mucha sandalia; sin comodidades modernas y sí grandes dificultades; y el gran premio era llegar.

Disfrutemos del camino. Creamos en lo extraordinario.

FRAY JUNÍPERO SERRA, SANTO EMBAJADOR DE LA VERA CRUZ DE CARAVACA.

FRAY JUNÍPERO SERRA, SANTO EMBAJADOR DE LA VERA CRUZ DE CARAVACA.

Desde el siglo XVI en adelante, la Santísima y Vera Cruz de Caravaca como símbolo universal de fe cristiana tuvo una difusión asombrosa no sólo dentro de nuestra península, sino allende las fronteras españolas e incluso en ultramar. Está más que documentada la traslación de la imagen de la Vera Cruz de Caravaca de manos de religiosos franciscanos y jesuitas, quienes la portaban y la mostraban en sus labores catequizadoras en el Nuevo Mundo; logrando, por una parte, conversiones de la población indígena y, por otra, el establecimiento de la Cruz caravaqueña como icono de la fe cristiana en amplios territorios de América del Sur. Prueba de ello, entre tantas otras, es el hermanamiento de Caravaca con San Miguel de las Missões, en Brasil, y el Camino que le da nombre y que transcurre por 750 kilómetros a través de Paraguay, Argentina y Brasil, en el llamado ‘Camino de las Misiones’ o Camino Jesuítico.

Sin embargo, la Cruz de Caravaca «puso pie» en otros tantos lugares del mundo, y en esta ocasión nos vamos a referir a la parte más «española» de Estados Unidos, California, y el considerado uno de los padres fundadores de la nación estadounidense, Fray Junípero Serra, santo, y su vinculación con la Vera Cruz.

De Mallorca a California.

Fray Junípero nació en 1713 en Petra, un pueblecito de Mallorca, en el seno de una casa humilde de padres iletrados, que le bautizaron como Miquel Josep. De niño ingresó en el convento franciscano de San Bernardino, culminando su formación en el de San Franscisco de Palma de Mallorca, siendo ordenado fraile con dieciséis años y tomando el nombre de un allegado de San Francisco: Junípero.

Su afán de revelar la palabra de Dios a todos los rincones del mundo le lleva a embarcar en 1749 en Cádiz, destino el Virreinato de Nueva España, lo que sería México. Ya en el Nuevo Mundo, Fray Junípero desarrolla una intensa labor de prédica entre los nativos, y emprende un camino de 500 kilómetros a pie, a modo de peregrinación, en dirección hacia Ciudad de México, lo que le ocasionó lesiones en una pierna de por vida. Donde más es recordado Fray Junípero en México es en la ciudad de Querétaro, donde nuestro fraile no sólo llevó a cabo catequesis, sino que también enseñó los rudimentos de la agricultura y la ganadería, entre otras labores, a los nativos pames. Y a punto estuvo de ser enviado a predicar entre los indios apaches de Texas, pero el destino le reservaba otra misión.

Con la caída de los Jesuitas en 1767, los territorios de la Alta y Baja California, españoles, quedaron desprovistos de religiosos que atendieran las conversiones de los indígenas. Fueron 16 religiosos franciscanos, liderados por fray Junípero, los que tomaron el relevo de los jesuitas en California y marcharon a atender la labor religiosa.

Siguiendo la metodología que desarrollaron en Querétaro, al llegar a un lugar levantaban una capilla y algunas cabañas alrededor, fortificando el sitio para prevenirse de agresiones. Acogían a los indígenas que se acercaban al lugar, y les mostraban las escrituras y la palabra de Cristo, amén de enseñarles a trabajar la tierra, el ganado, los oficios, y vestir con la decencia que mandaba la época, pues la mayoría de estas personas iban prácticamente desnudas. Aún permanecen los vestigios de una ‘forja catalana’ en la misión de San Juan Capistrano, como testimonio del paso de Fray Junípero y el resto de religiosos. Hasta nueve misiones fundó nuestro protagonista en California, algunas de las cuales crecieron hasta convertirse en grandes ciudades como son Los Ángeles, San Diego, o San Francisco. La muerte le llegó años después, en 1784, mientras descansaba, ya enfermo, en la misión de San Carlos Borromeo, en Monterrey, reposando sus restos en la basílica del mismo titular.

Santo californiano, portador de la Vera Cruz de Caravaca.

Polémicas ‘negrolegendarias’ aparte, Fray Junípero Serra es considerado unos de los pilares de la nación norteamericana, y como tal es el único español que cuenta con una escultura en el Salón Nacional de las Estatuas, en el Capitolio de Washington, junto a otros padres fundadores de Estados Unidos. La labor misionera llevada a cabo por fray Junípero fue esencial para la vertebración del territorio y el asentamiento de los valores que serían bandera de los nuevos estados, y como tal fue propuesto por el Estado de California para aparecer junto al resto de los ilustres norteamericanos.

En 1988 fue beatificado por Juan Pablo II, y la canonización como santo tuvo lugar en 2015, con el papa Francisco. Tal canonización fue llamada «equivalente», es decir, sin milagro practicado por el santo, sino por la gran veneración popular que se le profesa.

De acuerdo a los responsables de la Casa Museo dedicado a san Junípero Serra en Petra, su localidad mallorquina natal, el fraile contaba entre sus posesiones con una Cruz de Caravaca, la cual de hecho fue clave para reconocer sus restos entre las sepulturas de San Carlos Borromeo. Esa Cruz de Caravaca, u otra similar, se expone en el citado museo. Queda patente que fray Junípero fue gran devoto de la Santa Cruz caravaqueña y con ella viajó a las Américas, dándola a conocer en México y California, siendo además representado con ella frecuentemente. Y como mayor demostración de la devoción del santo franciscano a la Vera Cruz, sus restos fueron expuestos en un relicario con forma de la Cruz de Caravaca en la ceremonia de su canonización.

Podemos situar, con toda justicia, a Fray Junípero Serra, junto a los otros grandes santos embajadores de nuestra reliquia como son San Juan de la Cruz y Santa Teresa de Jesús, y como tal, merecedor de todo el reconocimiento por parte del pueblo de Caravaca de la Cruz, quien tanto le debe en su labor no sólo misionera, sino como difusor de nuestro universal símbolo.

FUENTES:

La enigmática criatura de la Esquina de la Muerte

La enigmática criatura de la Esquina de la Muerte

A lo largo de los siglos la han llamado con nombres diversos, la gran mayoría surgidos del acervo popular: sirena, gárgola, San Juan, arpía… Inmutable vecina pétrea, observando el paso de los siglos y las personas y testigo de luctuosos sucesos acaecidos en esa esquina que el pueblo ha dado en llamar ‘Esquina de la Muerte’. Inquietante apelativo a un frecuente lugar de paso, como no menos intranquilizadora fue en su día la presencia de la criatura de este rincón caravaqueño.

¿Qué hay detrás de la misteriosa figura que hace de vigía del cruce en pleno corazón histórico de Caravaca?

Acompañadnos.

Teorías, conjeturas, y alguna leyenda.

El misterio de la, llamémosla en consenso a efectos de estas líneas, Arpía, empieza en su misma ubicación: se encuentra tallada en un esquinazo de la magnífica Parroquia de El Salvador, siendo, además, la única talla presente en el exterior del edificio. Tampoco se trata aquella de una esquina cualquiera: fue cruce de las vías y caminos principales de entrada y salida de la villa, muy transitada por vecinos, visitantes y peregrinos, y por tanto a la vista de todos cuantos pasaban por ahí; lo que nos lleva a pensar que se talló en ese sitio para que fuese observada.

¿Qué es lo que veían los caminantes? Una criatura levemente humanoide, con cuerpo de ave rapaz (aún se puede distinguir el plumaje, ¿o son escamas?) y cabeza humana de cabello largo, sin poder determinar su género, pues el tiempo se ha llevado sus rasgos. Se encuentra además posada sobre lo que es su día pudo ser un mascarón o gárgola, hoy en día muy deteriorada por la erosión. Nuestra Arpía llegó a la era fotográfica en franco estado decadente, por lo que apenas tenemos pistas de cómo era en su mayor esplendor y cuál era la imagen que se grababa en las retinas de los caravaqueños y forasteros que pasaban bajo su mirada hace siglos.

La «Arpía» de la Esquina de la Muerte a día de hoy. Prácticamente sin rostro…

Hasta aquí, lo más parecido a las certezas. Comienzan las conjeturas.

¿Es una arpía? Desde luego, su morfología coincide con la criatura mitológica, las llamadas “sabuesos de Zeus” enviadas por el Padre de los Dioses helénicos para llevar su castigo a quienes fuesen merecedores de él, anunciando la llegada de las arpías una terrible tempestad entre cuyos negros nubarrones volaban estas criaturas.

Una arpía, seguramente pensando en su próxima maldad.

¿Es una sirena? Sin abandonar la mitología clásica, y descritas por primera vez en la Odisea de Homero aunque de origen más antiguo, y emparentadas con las arpías, las sirenas eran más frecuentes en las zonas de navegación, donde sus cánticos llevaban al naufragio a unos hechizados marineros. Las sirenas también estaban vinculadas con el mundo espiritual mortuorio, creyéndose que estas conducían las almas de los difuntos al Hades. En cualquier caso, vemos una clara relación de la criatura esculpida en El Salvador con la muerte.

Una sirena que nada tiene que ver con las de cola de pez, aunque comparten afición por hundir barcos con su hechicería.

¿Es una representación iconográfica de San Juan evangelista? La tercera pata de este banco, hipótesis de otros tantos estudiosos, que ven en esta talla el águila de San Juan, si bien esta interpretación presenta algunos problemas: primero, se trataría de una figuración muy inusual del Santo evangelista; y segundo, ¿por qué San Juan, por qué no otro evangelista o apóstol, por qué no los cuatro, por qué en esa esquina?

El águila que siempre acompaña a San Juan Evangelista. Mucho más difícil encontrar un águila con la cabeza del Santo.

¿Es “otra cosa”? Otra hipótesis muy interesante sitúa nuestra Arpía como una representación de la Andra-Mari, una especie de diosa creadora de la mitología pagana vasca cuyos rasgos corporales recuerdan poderosamente a la arpía. También se parece a la ‘lamiak’, perteneciente a la misma mitología y emparentada con Andra-Mari. Pero, ¿qué hacen criaturas del folclore euskera en Caravaca? Lo desvelamos más adelante.

Las ‘lamiak’ pasan su tiempo peinándose con peines de oro. Y no se toman bien las interrupciones.

A la vista de los múltiples posibles orígenes, como siempre y mientras no se demuestre con letras sobre papel, todo es conjetura.

De la Arpía a la Esquina de la Muerte.

Lo que no es objeto de debate es el carácter moralizante y aleccionador de la figura de la arpía, tan del gusto del Renacimiento. El hecho de que nuestra arpía se esculpiera en un cruce de caminos principal la revestía de una gran carga simbólica: la arpía representa el pecado y la muerte, y había que cuidarse de aquello que simbolizaba, invitando al paseante a dedicar unos minutos en la Parroquial a purgar sus faltas y librarse de “la arpía”. De nuevo, sólo teorías.

¿Decíamos de la Arpía como una criatura mitológica vasca? No es descabellado pensar que esta figura fuese importada por los diversos maestros canteros de origen norteño español (fundamentalmente País Vasco y Cantabria) que trabajaron en el levante peninsular y en nuestra Región. Martín de Homa, principal maestro cantero en las primeras fases constructivas de El Salvador, junto con sus ayudantes, eran de origen vizcaíno; no extrañaría que trajesen su repertorio iconográfico vasco al sur, donde le darían salida en sus trabajos; aunque nos cuesta creer que fuese una inclusión espontánea, sin mayor razón, en este caso.

La diosa pagana Andra Mari, cuya presencia aún se deja notar muy fuerte en el norte de España.

También se conjetura que la Arpía fuese objeto de disputas entre algunas familias nobles de Caravaca. Apellidos como Melgares, Otálora, Uribe, y tantos otros, estaban emparentados con las noblezas euskaldunas, por lo que la figura de la Arpía (o Andra-Mari) legitimaría de alguna forma a estas familias entroncándolas con la nobleza vasca. ¿Fue nuestra Arpía un encargo particular de una de las antiguas familias caravaqueñas, o una vez tallada estas se la disputarían como símbolo familiar?

¿Habéis observado que hay dos arpías flanqueando el blasón de la familia Mora en la reja de su capilla, hoy de Santa Rita, en la Parroquia de El Salvador?

Capilla de Santa Rita de Casia, hace siglos «de los Mora», quienes no tuvieron reparo en incluir dos generosas «arpías» en su blasón.

Así pues, tras lo expuesto, ¿el nombre de la Esquina de la Muerte está relacionado con la Arpía?

Ya hemos comentado cómo la criatura en la que se inspira tiene un fuerte vínculo con el otro mundo y la muerte. Sin embargo, y dado lo que nos gusta rizar el rizo, diremos más: en la Esquina de la Muerte ha habido realmente muertes.

Sin escapar de la esfera de lo legendario, se especula que esa parte de Caravaca, en época medieval bajo la bailía templaria, sirvió de escenario de una cruenta batalla entre huestes templarias e invasores granadinos, dando como resultado un gran número de muertos.

Otros sugieren que tal esquina parroquial, al situarse fuera de la vieja muralla, escapaba a las jurisdicciones legales de la villa, por lo que era punto de encuentro común de la rufianería y canalla de aquellas épocas, que se citaban en duelos a ultrança dígase de otro modo, duelos a muerte, en los que tal y como cabe esperar, era harto complicado escapar indemne.

Las crónicas luctuosas más recientes apuntan a dos homicidios cometidos en la Esquina de la Muerte e inmediaciones: el primero en 1750, cuando cayó muerto Saturio de Mata, vecino de Caravaca, fruto de una reyerta con un grupo de personas ebrias en la Nochebuena de aquel año; el segundo en 1814, cuando fue apuñalado Miguel Navarro, valenciano afincado en Caravaca, y envuelto en una refriega con un grupo de jóvenes a causa de sus diferencias políticas. Miguel Navarro recorrió los últimos pasos desde la Plaza que llamarían Nueva hasta la Esquina de la Muerte, donde sucumbió a sus heridas letales.

Otras explicaciones a este nombre, más distendidas, dicen que en esta esquina era donde el párroco despedía los cortejos fúnebres que se encaminaban al Cementerio viejo si las familias de los finados no podían abonar los honorarios del sepelio; o que los fríos vientos encauzados por la Calle de las Monjas en invierno provocaban unos resfriados de… muerte.

Sea como fuere, pocos caravaqueños no se refieren a este punto del callejero histórico como “Esquina de la Muerte”. Tal vez tenga que ver con la siniestra presencia de esa “Arpía maligna”, tal vez los crímenes de sus calles le dejaron ese apelativo en la memoria popular. Quizás el lugar esté impregnado con una miasma alienante que alentaba a la violencia y al miedo en tiempos menos materialistas y la denominación de ese cruce era una advertencia pasada de generación en generación.
En todo caso, ahí sigue y ahí seguirá, cada vez con mayor necesidad de nuestra ayuda, la quincentenaria Arpía de la Esquina de la Muerte, viendo pasar el tiempo y más generaciones de caravaqueños, peregrinos, visitantes, y turistas.

Por cierto. Hemos descubierto que nuestra Arpía también se parece a Ishtar, la diosa babilónica del amor y al guerra. Vaya.

Que no decimos ni sí ni no, pero…

VICISITUDES DEL CONVENTO DE SANTA CLARA DE CARAVACA

Es de sobra conocido y documentado que Caravaca de la Cruz ha sido (y es) el destino religioso histórico de la Región, antiguo Reino, de Murcia. Desde las concesiones del papa Clemente VII en el siglo XIV, Caravaca ha sido lugar de peregrinación, adonde miles de viajeros y penitentes arribaban para expiar sus faltas en presencia de la Santísima y Vera Cruz de Caravaca. Y sin embargo, el peregrino del camino no era el único atraído por la reliquia caravaqueña. Un buen número de órdenes religiosas pusieron su mirada en la villa caravaqueña, demandante de una fuerte asistencia espiritual, y se instalaron es esta tierra, habitualmente patronazgo mediante de casas nobles e hidalgas de la villa, que eran acaso las primeras interesadas en el establecimiento de conventos y monasterios. No en vano era firme creencia que sepultarse en suelo consagrado “facilitaba” el tránsito a la vida eterna, pues como dice el evangelio de Lucas ‘es más fácil pasar un camello por el ojo de una aguja, que entrar un rico en el reino de Dios’, y pocas cosas limaban más esas “asperezas” entre el Reino de los Cielos y la nobleza que gastar una buena fortuna en ser el mecenas de las órdenes religiosas a cambio de enterrarse en su suelo (despojados de toda vestidura ostentosa, eso sí).

En total fueron seis las fundaciones que abrieron casa de religión en Caravaca, algunas tan célebres como la teresiana San José de las Carmelitas Descalzas o el Colegio de la Compañía de Jesús. En esta ocasión vamos a sacar el anecdotario del monasterio de Santa Clara, de orden franciscana, una de las pocas casas que felizmente aún está habitada por comunidad religiosa.

Las Clarisas y la ermita que nadie quería.

Queda estipulado que el establecimiento de Santa Clara fue en 1609, lo cual nos dejaría a esta fundación fuera del siglo anterior, cuando se abrieron todas las demás. Sin embargo la licencia real para su apertura se concedió en 1582, por lo que en un ejercicio de generosa flexibilidad podríamos encuadrarla junto con las otras cinco en el siglo XVI.

Como solía ser lo más habitual, esta fundación contó con el apoyo de la nobleza local, que contribuyó con bienes o fondos a la apertura. En el caso que nos ocupa, se cita a dos patronos: doña Catalina de Robles, que aportó la nada desdeñable suma de 1500 ducados, y don Ginés de Perea, familiar del Santo Oficio, quien les legó una casa que pudieran usar en la fundación conventual. A ello se le sumó la muy citada a lo largo de este siglo ermita de San Bartolomé, cedida por el concejo caravaqueño. Esta ermita tuvo poca fortuna en su devenir, pues el consistorio local, daba la impresión, deseaba “colocarla” y librarse de ella, cosa que fue francamente complicado. Este pequeño edificio fue cedido primeramente a los Franciscanos, que nunca llegaron a ocuparlo; a lo que siguieron los Jesuitas, quienes la habitaron durante algunos años en la primitiva ubicación del Colegio (situado en la calle homónima) hasta que rogaron deshacerse de ella y cambiar de sitio por ser San Bartolomé demasiado pequeña y antigua y precisar un templo mayor (Nuestra Señora de la Anunciación, finalmente, la que hoy bien conocemos y podemos visitar). A la sazón, el consistorio entregó la pequeña y deteriorada San Bartolomé a las hermanas de Santa Clara, quienes no parecían en disposición de rechazarla y hubieron de apañárselas con ella. Las clarisas hubieron de abordar la reforma y ampliación de la ermita casi un siglo después, lo cual les trajo no pocos quebraderos de cabeza…

La reforma del templo que los llevó a la cárcel.

El historiador caravaqueño Agustín Marín de Espinosa, en su ‘Memorias para la historia de la ciudad de Caravaca’ de 1856 describía el convento de Santa Clara como “lugar húmedo y triste”. Las hermanas clarisas nunca disfrutaron de “obra nueva” en su convento, llevando a la idea de que sus edificios eran antiguos y presentaban los problemas propios del tiempo en un inmueble. Acaso la primera gran reforma que acometieron las hermanas fue la ampliación de su vieja iglesia, pues San Bartolomé ya rozaba el límite de la inoperancia para las monjas entrado el siglo XVIII.

Para la ampliación del templo contaron con los servicios de un maestro alarife lorquino de nombre Manuel Serrano. Este maestro, conjeturamos, tenía un criterio sustancialmente distinto al de las clarisas en cuanto al proyecto de reforma a abordar. Las hermanas, muy celosas del procedimiento legal, firmaron con Serrano un contrato en que se estipulaba qué deseaban exactamente y a cuánto ascenderían los honorarios del maestro alarife. Sin embargo, Serrano, por razones conjeturamos muy subjetivas, altera notablemente el proyecto aprobado por las clarisas, tomando más terreno del debido en esa ampliación, debiendo invadir la propiedad de otras casas de alrededor, y causando en consecuencia un sobrecoste inasumible por las hermanas. Las Claras hubieron de pleitear contra Serrano, fallando la judicatura contra él, y llevándolo a los calabozos.

Privadas de alarife que les llevara la reforma del convento, las hermanas de Santa Clara acudieron a otro maestro de renombre: José Vallés, quien participó en la antigua Colegial de San Patricio de Lorca. Siendo este maestro consciente del destino de su predecesor, planteó la ampliación de la iglesia de una forma más imaginativa: si no se podía ampliar hacia delante, se tendría que hacer hacia arriba. Vallés diseñó una nueva cabecera tal que montara sobre la calle posterior del convento, la del Mercado, hoy conocida como Calle Colegio, disponiendo de esta forma un presbiterio más elevado de lo habitual desde donde tener una mejor perspectiva de la feligresía presente. A las hermanas les agradó la propuesta; no así a sus vecinos. Algunos residentes del barrio no vieron con buenos ojos la “invasión” del testero de las Clarisas a la Calle del Mercado, por lo que presentaron demanda contra José Vallés y se le llevó a presidio junto con su hijo, que le asistía en la obra. En esta ocasión las Clarisas pelearon por su maestro cantero y apelaron el castigo, alegando entre otras cosas que la calle sobre la que montaba su iglesia era “… la más inservible de la villa…”, por lo que el perjuicio causado era mínimo. Finalmente las autoridades dieron por buenos los argumentos de las monjas y liberaron al maestro e hijo, concluyendo la obra y dando lugar a lo que hoy conocemos como el túnel de las monjas, de tan infausta presencia para los inadvertidos conductores de vehículos sobre cuatro ruedas.

Casi acabada las obras de ampliación del convento, parecía que no habría más tragos duros para las hermanas. Sin embargo, aún les quedaba uno por pasar.

Una revolución y una exclaustración.

En 1869 estalló la Revolución Gloriosa, levantamiento militar que llevaría al destrono de Isabel II y los posteriores reinado de Amadeo I y Primera República. Semejante sacudida política y social vino acompañada de una tremenda crisis económica, lo que obligó a la Diócesis de Cartagena a cerrar algunos monasterios. El delegado de religiosas, hermano del Carmen, viéndose en la tesitura de tener que despojar a las Descalzas o a las Clarisas de su casa, clamó aquello de “qué dedo me corto que no me duela la mano”. Finalmente con todo su dolor decidió exclaustrar a las Clarisas, que se vieron en la calle y su convento, clausurado.

Afortunadamente, sus hermanas en la Fe, las Carmelitas, no permitieron que las Clarisas estuviesen desamparadas, y les ofrecieron compartir su Convento de San José con ellas, a pesar de que debía estar a máxima capacidad (en torno a 20 hermanas) y a sabiendas de las estrecheces que tendrían que afrontar, amén de las diferencias doctrinales de su clausura.

Seis años convivieron las Clarisas con las Carmelitas en la casa de estas, sin trascender información precisa de cómo fue esa estancia. Como tímido testimonio, nos quedan unos versos dedicados a las hermanas de Santa Clara, escritos por una de las Carmelitas, cuando en 1875 las primeras regresaron a su casa gracias a las presiones populares. Dicen así:

Las hijas de Santa Clara

regresan a su convento,

y quedan las Carmelitas

llenas de pena y contento.

Llenas de pena se quedan

al perder tantos ejemplos

como vieron en las Madres

en tan amargos sucesos.

También dije de contento

en la última dicción,

de contento porque triunfa

nuestra Santa Religión.

Andad con Dios, Madres mías;

pero antes sí que os ruego

me perdonéis cuando visteis

en mi mal domado genio.

La paz y la caridad

reine en nuestros monasterios

y agrademos al Esposo

que es el deber que tenemos”.

Las convivencia nunca es sencilla, como la propia Carmelita deja caer en sus versos.

El Convento de Santa Clara en 2024.

Actualmente, el Convento de Clarisas es la única fundación femenina antigua que pervive con comunidad de religiosas en Caravaca; de todos es conocida la crónica falta de vocaciones que atraviesan la mayoría de órdenes. En el caso que nos ocupa, las hermanas que ocupan Santa Clara mantienen la fundación con buena salud, habiéndose restaurado parte del edificio y fachada de la iglesia, la cual puede visitarse cada mañana. También son populares los dulces que elaboran las Clarisas en su obrador y que ponen a la venta en el torno, siendo de una calidad exquisita y de precio ajustado.

También, como es tradicional, no faltan novias que llevan huevos a las Clarisas para procurarse buen clima en el día de su boda; y son estas hermanas las que se encargaron de elaborar la Bandeja de Flores con la que se ofrenda a la Cruz de Caravaca en su esplendoroso 2 de mayo, labor que recaía en las Carmelitas antes de su marcha.

En definitiva, y tras más de 400 años de discreta presencia, las hermanas de Santa Clara mantienen viva una gran y antigua fundación caravaqueña; y si uno es respetuoso y entra con la actitud adecuada, aún pueden verse a las Clarisas tras la verja, en su clausura, mientras oran en la iglesia en presencia del Santísimo.

FUENTES:

  • – ‘Historia de Caravaca de la Cruz’. Juan Manuel Villanueva
  • – ‘Apuntes para una historia de Caravaca’. Juan Manuel Villanueva
  • – ‘Memorias para la Historia de la Ciudad de Caravaca’. Agustín Marín de Espinosa.
  • – Portal web ‘Región de Murcia Digital’
El Tío de la Pita

El Tío de la Pita

Mucho se ha escrito de los gigantes de Caravaca de la Cruz, pero no tanto del acompañamiento musical de éstos, el Tío de la Pita y su inseparable tamboril, personajes que hacen su aparición en vísperas de la festividad de San Marcos evangelista (25 de abril). La tarde, por tanto, del 24 se apean del coche de línea -en tiempos lo hizo en tren y hasta en coche de caballos-, actualmente en la plaza de Paco Pim, y a los sones de los archiconocidos “Serafina” y “Ora pro nobis” recorren la Gran Vía acompañados de una inmensa chiquillería hasta desembocar esta marea humana en la plaza del Arco donde tiene lugar el acto de bienvenida desde el balcón del Ayuntamiento. En los días siguientes el Tío de la Pita y su tamboril acompañados de cabezudos y de los gigantes de Caravaca (el Nano y la Nana, el Negro y la Negra, el Gitano y la Gitana, el Moro y la Mora, el Cristiano y la Cristiana y el gigante Tomir) recorren las calles de la ciudad haciendo las delicias de niñ@s y adult@s.

Pablo y Juan de Dios, actuales Tío de la Pita y Tamboril

Una de las cosas que llaman la atención de este personaje es su denominación “tío de la pita”. En la Región de Murcia así como en La Mancha albaceteña y conquense se le llama “pita” al instrumento, y al tocador, “tío de la pita”. La pita es un instrumento de viento-madera perteneciente a la familia del oboe, pero más corto y con algunas llaves menos que está formado por un tubo de madera troncocónico rematado en campana en la parte inferior mientras que en la parte superior -unida a la campana por un cuerpo también de madera- se le ha provisto de un alojamiento donde se encaja el tudel, pequeño tubo metálico donde va colocada la pipa o caña (elemento sonador). En otros lugares del territorio nacional recibe otros nombres: dulzaina -la denominación más generalizada-, dultzaina, gaita, gralla, chirimía…

Dulzaina con y sin llaves

La dulzaina tal como la conocemos ahora, esto es, con llaves, data de principios de siglo XX. El número de llaves ha variado mucho a lo largo de este siglo, pero lo más normal es que tengan ocho o nueve. El sonido que produce la dulzaina es agudo. Como es sabido el sonido producido por un instrumento de viento es más agudo cuanto más corto sea el tubo donde vibra la columna de aire que se encuentra en su interior y más grave cuanto más largo sea. Por eso el sonido característico de la dulzaina es agudo.

Dulzaina desde varios ángulos

El tío de la pita va acompañado habitualmente de otra persona que sigue el ritmo de la música con redobles de tambor o caja. Su sonido suele estar unido a fiestas y manifestaciones populares, especialmente desfiles y pasacalles.

Desde el siglo XVI y en los siglos XVII, XVIII y XIX hay constancia documental de la presencia de música en los festejos de Caravaca de la Cruz, y concretamente de dulzaineros. La decadencia de la festividad del Corpus va de la mano en nuestra ciudad del auge de las fiestas patronales asimilando de aquella otra los elementos más arraigados en el pueblo como son el Tío de la Pita y los Gigantes. El siglo XX se caracteriza por dos hechos que van a afectar a las fiestas patronales y consecuentemente al Tío de la Pira, a saber: el robo de la Cruz en 1934 y la guerra civil de 1936-39. En 1942 se reanudan las fiestas con el envío por parte de Roma de dos lignum crucis y el Tío de la Pita formará de nuevo parte de ellas.

Los Tíos de la Pita en el siglo XX y hasta la actualidad En una película rodada en 1924 vamos a un Tío de la Pita del que no se ha localizado ni nombre ni procedencia. De 1942 a 1947 está documentado un tal Domingo Moreno, de Alicante. De 1948 a 1969 toma el relevo José Martínez López, de Orihuela. De 1970 a 1986 será Antonio Morales Pallares acompañado al tambor por su hijo Benjamín Morales, ambos de Beniel, los que desempeñen la labor de tío de la pita y tamboril por esos años. De 1987 a 1988 se harán cargo Amador Guerrero, como dulzainero, y su hijo Francisco Javier, como tamboril. Entre 1989 y 2008 será de nuevo Benjamín Morales -aquel que acompañara a su padre como tamboril en los años 70 y parte de los 80-, esta vez como dulzainero, y sus hermanos Antonio y Rafael, como tamboriles, los que amenicen con su música a la chiquillería. Desde 2009 hasta la actualidad son Pablo Javier Sánchez Guerrero, a la dulzaina, acompañado a la caja por Juan de Dios Guerrero López, descendientes ambos de otra leyenda caravaqueña, Pablo Guerrero, “el de la banda de Pablo (de cornetas y tambores)”, los que cumplen con este cometido: el de acompañar y amenizar con sus inconfundibles sones.

Los últimos Tíos de la Pita y Tamboril

Los éxitos musicales del Tío de la Pita

De todos los temas que interpreta el Tío de la Pita destacan dos: el Serafina y el Ora pro nobis.

Ora pro nobis

Acaso este tema proceda -es una hipótesis- de la repetición de un soniquete que nuestros mayores escuchaban en su día por las calles de la ciudad los días previos a las fiestas cuando el clero local, en costumbre ya desaparecida, entonaba letanías solicitando la fertilidad de las cosechas. Los fieles respondían a la invocación con la jaculatoria ora pro nobis. Esta repetición la hacía pegadiza para los niños que emulando a los mayores la repetían a su vez.

Por cierto, es costumbre al escuchar y cantar este tema empujar al vecino de al lado permaneciendo el tronco muy recto y la cabeza erguida cual si fueran gigantes.

Os dejamos la letra que se suele cantar con este tema

Serafina

Se trata en realidad de un cuplé que formaba parte de un sainete lírico titulado “Gente Menuda”, de Carlos Arniches y Enrique García Álvarez. La persona que registró en la SGAE y la SACEM entre 1911 y 1914 el sainete y el tango homónimos, Serafina la rubiales, fue Joaquín Valverde Sanjuán, más conocido como Quinito Valverde, y lo hizo con la siguiente letra que es, por tanto, la “oficial” del autor.

La partitura es la que se adjunta:

La música y letra que escuchamos en Caravaca de la Cruz es la siguiente:

Finalmente concluimos este blog de turismo con una simpática imagen de los actuales Tía de la Pita y Tamboril subidos donde habitualmente están el Nano y la Nana en el Museo de la Fiesta.

Semana Santa de Caravaca de la Cruz 2024. Información de interés.

Semana Santa de Caravaca de la Cruz 2024. Información de interés.

Programa de Actos y Celebraciones.

Horarios de Semana Santa 2024. Equipamientos Turísticos.

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Sábado de Gloria: 10:30h. a 14:00h./16:30h. a 19:30h.

Domingo de Resurrección: 10:30h. a 14:00h.

Museo de la Música Étnica de Barranda:

Jueves Santo y Viernes Santo: 10:00h. a 14:00h.

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Domingo de Resurrección: 10:30h. a 14:00h.

Centro de Interpretación de la Naturaleza. (Fuentes del Marqués):

Jueves Santo y Viernes Santo: 10:00h. a 14:00h.

Sábado de Gloria y Domingo de Resurrección: 10:30h. a 14:00h.

Museo Carrilero (Precisa reserva previa)

La última batalla de Alonso Fajardo ‘El Bravo’.

La última batalla de Alonso Fajardo ‘El Bravo’.

Hablar de un personaje como Fajardo ‘El Bravo’ resulta harto dificultoso. No sólo por lo que afirmaba Plinio El Joven, que “Es difícil presentar como novedad las cosas antiguas”, sino porque la figura de ‘El Bravo’ es más grande que el papel y la tinta (o en este caso, los kilobytes) que se han gastado hablando de su figura durante siglos.

Creemos que para enlazar adecuadamente esta narración con la historia de nuestra tierra, debemos empezar por el final: Alonso Fajardo ‘El Bravo’ se dio por muerto en Caravaca en 1461.
Y ahora, vayamos al principio.

GUERRERO, HÉROE, SAQUEADOR.

Se conoce la fecha de la “muerte” de Alonso Fajardo, pero no la de su nacimiento, más allá de haber sido alumbrado ya entrado el siglo XV. De estirpe guerrera (sus antepasados se engrandecieron haciendo la “guerra al moro”), Alonso fue armado caballero ante los muros de la fortaleza de Xiquena (perteneciente a Lorca, y tristemente poco conservada), dando comienzo a su leyenda. ‘El Bravo’ encarnó el arquetipo del infanzón medieval, el noble dedicado fundamentalmente a la guerra, dando fuertes y frecuentes quebraderos de cabeza a los musulmanes, a otros castellanos en el nombre del Rey, y también al propio Rey. Su apodo era tan conocido y temido que, según cuentan, bastaba mentarle para hacer bajar las hojas y poner tierra por medio, so pena de vérselas con él en persona.

Su mayor hazaña considerada tal fue la victoria en la Batalla de los Alporchones, de inmortal memoria en la historia murciana, y que tuvo lugar en los campos de Lorca, de cuya fortaleza era alcaide nuestro protagonista.

En 1452, las tropas del caudillo nazarí Al – Abbas regresaban a Vera (Almería) tras un fructífero saqueo a las tierras murcianas, cuando un enardecido Alonso Fajardo cayó sobre ellos con una tropa compuesta por infantes y caballería de Aledo, Murcia, y Caravaca. Los combates se prolongaron debido a las constantes reorganizaciones de las filas musulmanas, por lo que un hastiado Fajardo puso voz en grito y desafió al caudillo moro Al –Abbas a un combate singular que resolviera la batalla de una vez por todas. ‘El Bravo’ logró descabalgar al capitán enemigo y tomarlo preso, causando la ruptura de moral del bando musulmán, que se dio en desbandada. Esta victoria le regaló algunos años de relativa paz a la frontera murciana, y alimentó la épica de la ahora heroica figura de Alonso Fajardo. Cabe mencionar, como no puede ser de otro modo, que la victoria cristiana se atribuyó a la intercesión de San Patricio, en cuyo día (17 de marzo) tuvo lugar la batalla; desde tal momento San Patricio se convierte en patrón de Lorca y de la ciudad de Murcia.

El apellido Fajardo ganó relumbre, pero de muros para adentro, las tensiones familiares eran terribles. Alonso mantenía una larga y enconada enemistad con su propio primo, Pedro Fajardo, a cuenta del Adelantamiento de Murcia, cargo que Alonso creía merecer por derecho sucesorio. Esto no sólo le enfrentaba con sus parientes, sino con su señor el rey Enrique IV por añadidura. Ante tal situación, ‘El Bravo’ decidió acrecentar su poder por la vía dura, haciendo honor a su otro sobrenombre, Alonso ‘El Malo’, atacando señoríos cristianos rivales, aliándose con los musulmanes con intención de asediar Murcia, y arrasando con cuanta riqueza se le ponía a tiro. Llegó a mantener cautivo al comendador de Ricote en el castillo de Caravaca (Alonso Fajardo era entonces señor de la villa caravaqueña) mientras esquilmaba sus tierras. Como es lógico y natural, Enrique IV tomó cartas en el asunto y mandó desposeer al ‘Bravo’ de sus territorios.

LA IRA DE UN MONARCA, UNA CARTA DOLIENTE, Y UN ÚLTIMO ASEDIO

Acosado por sus enemigos, lanzados contra él por la corona, Alonso Fajardo escribió, precisamente tras los muros del Castillo de Caravaca, la célebre carta dirigida en 1458 a Enrique IV; misiva en la que, haciendo gala de unas enormes agallas, por decirlo suavemente, poco menos que le echaba en cara al Rey que mandase tropas a atacarle después de todos los servicios que le había prestado a él y a su padre Juan II; que si le quería fuera de juego, le comprase todo lo suyo para retirarse en Aragón, pues le saldría más barato eso que gastar en soldados; y que si aun así el Rey se empeñaba en hacerle mal, “… la destrucción del rey Don Rodrigo venga sobre vos y vuestros reinos, y vos la veáis y no la podáis remediar como él hizo…”. ¡Poca cosa!

La misiva debió templar los ánimos, pues el Rey le concedió indulto a cambio de su arrepentimiento. Pero al Fajardo no le llamaban ‘Bravo’ por la suavidad de su carácter, y al tiempo regresó a las viejas costumbres, ejerciendo la violencia contra otros señores cuya fidelidad al monarca era manifiesta y notoria.

Enrique IV decide pues terminar de una vez con el infanzón y le arroja lo mejor que tiene, la élite de sus ejércitos, una monstruosa fuerza comandada por su pariente y Adelantado Real Pedro Fajardo; el marqués de Villena Juan Pacheco; el comandante de artillería Lope Mendoza; y Pedro Girón, maestre de la Orden de Calatrava.

Con semejante imparable enemigo a las puertas, ‘El Bravo’ se refugió en su último bastión, Caravaca, al mando de una resistencia que aún aguantó el asedio a su castillo ¡durante casi un año!, obligando al contingente agresor a demandar refuerzos varias veces.

El 7 de diciembre de 1461, el propio Adelantado Pedro Fajardo comunicaba al Rey la derrota de su primo Alonso Fajardo ‘El Bravo’ y la rendición de la plaza caravaqueña. A partir de aquí, el destino de nuestro feroz personaje no queda claro del todo. Es lógico suponer que falleció durante el asedio, pero en ningún lugar se da cuenta de esto, ni se expuso su cadáver como advertencia ejemplarizante. Por tanto, cabe la posibilidad de que fuese cautivo y su destino le llevara a otros derroteros, o que incluso pudiera escapar de Caravaca y ocultarse en Granada, donde aún contaba con aliados.

Sea como fuere, la figura de ‘El Bravo’ quedó impresa con letra de oro en la historia del viejo “Reyno” de Murcia. Un personaje cuya apasionante vida sirvió de inspiración a unos versos de Lope de Vega; que de haber sido británico o estadounidense ya tendría series y películas dedicadas; y cuyas palabras, plasmadas en aquella carta enviada desde las murallas de Caravaca, aún poseen una fuerte resonancia en este célebre pasaje:

“O Rey muy virtuoso, soy en toda desesperación por ser así desechado de vuestra Alteza; soez cosa es un clavo y por él se pierde una herradura, y por una herradura un caballo, y por un caballo un caballero, y por un caballero una hueste y por una hueste una ciudad y un reino.”

Fuentes:

https://www.regmurcia.com/servlet/s.Sl?sit=c,373,m,3032&r=ReP-20605-DETALLE_REPORTAJES

https://degenesycongeneres.com/2020/08/23/alfonso-fajardo-el-bravo/ (Carta al rey Enrique IV)

https://dbe.rah.es/biografias/56020/alonso-fajardo-pineiro

https://elnoroestedigital.com/enero-de-1461-asedio-del-castillo-de-caravaca-por-las-tropas-del-adelantado-mayor-del-reino-de-murcia-2/

https://digitum.um.es/digitum/bitstream/10201/14703/1/08%20vol%202%20Carta%20de%20Alonso%20Fajardo%20al%20Rey%20de%20Castilla.pdf (Carta transcrita de Torres Fontes)

12 cosas sobre la torre de ‘El Salvador’ que no sabías (o las sabías pero se te han olvidado).

12 cosas sobre la torre de ‘El Salvador’ que no sabías (o las sabías pero se te han olvidado).

A nadie sorprendemos si afirmamos que la parroquial de El Salvador de Caravaca es la joya del Renacimiento arquitectónico murciano. La arciprestal fue el templo más ambicioso de la Encomienda de Santiago caravaqueña, y su construcción estuvo salpicada de avatares que condujeron a un edificio inconcluso, pero sin duda formidable, y la más esplendorosa de las iglesias columnarias de la Región de Murcia.

Parte indivisible del templo y protagonista del paisaje patrimonial de Caravaca es su torre. Una imponente construcción que tuvo incluso historia propia, no exenta de anécdotas y dificultades, pero siempre poderoso campanario cuyo sonido alcanza hasta el último rincón de la ciudad. Como pequeño homenaje a tan insigne símbolo caravaqueño, os presentamos 12 datos sobre nuestra torre de El Salvador que no dejan de ser curiosos:

  1. Su construcción se prolongó más de dos siglos. En rigor, se comenzó en el XVI y se remató en el XVIII.

  1. El proyecto de torre, como el de la iglesia, fue demasiado ambicioso, y el último cuerpo (campanario) se acabó con unas proporciones más reducidas y en mampostería en lugar de sillares. De hecho, el aspecto actual del campanario es relativamente reciente, del año 1978.

  1. En su construcción intervino nada menos que Jorge Manuel Theotocópuli, hijo del universal pintor Doménico Theotocópuli “El Greco”. Además de seguir la estela de su padre en la pintura, Jorge Manuel también fue arquitecto. Y en efecto, visitó Caravaca.

  1. Fue a la vez campanario y cárcel eclesiástica.

  1. Hay múltiples inscripciones de presos grabadas en el interior de los muros. También un impresionante testimonio inscrito en una antiquísima puerta de madera interior que dice “Aquí estuvo preso Alonso Llamas y Robles 3 años”. La recia puerta de madera correspondía a una mazmorra de la torre.
  1. Es imposible contemplar el primer cuerpo de la torre. Está imbricado en el templo, en la sacristía mayor.

  1. En el segundo cuerpo hay una estancia cubierta por una bóveda elipsoidal, también llamada “bóveda murciana”. La misma que se puede ver en la Capilla de Junterón de la Catedral de Murcia.

  1. Es el único sitio de la ciudad desde el que se puede ver la Basílica con su amurallado y la Plaza del Arco al mismo tiempo.
  1. La campana mayor, llamada “María de los Dolores”, data de 1780 y pesa en torno a 1272 kilos.

  1. El campanero Blas Ferrer, que ejerció en El Salvador de 1817 a 1850 escribió un auténtico manual de toques de campana en el que describía minuciosamente los diferentes toques de campana que existían, sus significados y épocas del año correctas para llevarlos a cabo. Prohibía rigurosamente repicar las campanas “cuando la tormenta se sitúe sobre la torre”, por peligro de atraer rayos y las calamidades que ello conlleva.

  1. Hace muchos años le creció una higuera en una cornisa que hizo peligrar la estructura de toda la torre, por lo que hubo de retirarla. Décadas después, la higuera ha regresado.

  1. Ya falta menos para que la Torre de El Salvador pueda abrirse al público y vuelva a ser visitable, para disfrutar de las increíbles vistas que ofrece.
La dulce Navidad de Caravaca

La dulce Navidad de Caravaca

La Navidad trae cada año un buen puñado de costumbres y tradiciones que se reproducen, casi al unísono y tal como si nos hubiésemos puesto de acuerdo en uno de esos pantagruélicos grupos de Whatsapp, en prácticamente todos los puntos de la Región de Murcia. Montar el muy murciano belén; elaborar los clásicos licores invernales licorcafé, vino de nueces, mistela, que se preparan en los meses previos; la desenfrenada carrera por las tiendas aprovisionándonos de las codiciadas gambas o la pierna de cordero o cabrito, y el caldico con pelota para cuando el sistema digestivo pida cuartel. Y desde luego, no pueden faltar los tradicionales dulces de pascuas de los cuales en nuestro Noroeste y nuestra Caravaca de la Cruz contamos con una buena panoplia, para regocijo de golosos grandes y chicos.

La inconfundible raíz árabe del dulce navideño murciano

El origen más primigenio del dulce de navidad, sin ser un consenso absoluto, nos remite a una celebración del solsticio de invierno, evento a partir del cual las horas de luz se prolongan en el día, recibiendo los hogares tal suceso astronómico con la degustación de dulces elaborados con trigo.

Más cercano a nuestro tiempo, está el origen religioso, el mandato de tomar menos carne y sustituirlo por sencillas elaboraciones de trigo y azúcar que se asemejan al cuerpo de Cristo.

En la Región de Murcia, dada la secular presencia de musulmanes y linde con los reinos nazaríes, hemos heredado algunas de las producciones reposteras árabes con las que culminamos las comidas navideñas y de las que, como si de un estricto protocolo se tratase, apenas hallamos rastro alguno fuera de esta época. Tales dulces tienen como ingredientes básicos la almendra, introducida en la Península por los musulmanes, y la miel, muy popular en la repostería árabe. Así, contamos con el muy caravaqueño alfajor, un imprescindible en toda mesa, de trabajosa elaboración pero dulcísimo sabor. Un pasta compuesta por la mencionada almendra y miel, con variaciones de cada casa como canela, ralladura de limón, anís… aplanada entre dos grandes obleas que presentan, tradicionalmente, la Cruz de Caravaca. No en vano nuestra ciudad ha sido una gran productora de obleas desde generaciones atrás, haciéndose muy populares en toda la Comarca del Noroeste.

Otro dulce de Navidad presente en nuestros hogares es el cordial, pequeño y humilde bocado de almendra y azúcar sobre una base de, una vez más, la sempiterna oblea de Caravaca.

Más propio de las latitudes septentrionales del Noroeste, pero muy consumido y demandado en Caravaca, es el exquisito mazapán, del cual se dice, alimentaba a las tropas musulmanas en la famosa batalla de las Navas de Tolosa. Es este un postre saciante y contundente, de nuevo de clara génesis árabe, habida cuenta de sus clásicos ingredientes almendra y miel.

¡No eres verdadero cristiano si no comes este dulce!”

Aunque parezca un cuento, había ciertos dulces de navidad que preferiblemente debían comerse en público u ofrecerlos a las visitas para demostrar la propia y franca cristiandad. Y esto era así por un motivo muy sencillo: entre sus ingredientes se contaba la manteca de cerdo; empleada por los cristianos, prohibidísima a los musulmanes. En este sentido, un clásico postre de pascuas es el mantecado, hecho con huevos, canela, azúcar, y la citada manteca. En nuestra tierra es muy común hallarlos en forma de corazón o estrella. Sin olvidar el popular manchego espolvoreado con azúcar glas.

Los muy de aquí, muy nuestros

Ya os hemos hablado del tradicional alfajor caravaqueño, pero esta travesía por la repostería de pascuas no quedaría completa sin las exquisitas yemas de Caravaca, el dulce enseña de nuestra localidad y cuya tradición se remonta varios siglos. Este producto, cuya receta propia se atesora celosamente en cada obrador, tiene como fundamento la yema de huevo y el azúcar, mezclados en una textura cremosa y recubierta de chocolate o caramelo sólidos. Un auténtico espectáculo para las papilas gustativas, y no podrás comer solamente una.

Estos son los dulces de Navidad más típicos de Caravaca y alrededores, pero desde luego no faltan los turrones, los bombones, los polvorones, y demás eternos de la bandeja de dulces en casa de los abuelos.

Os gusten más los dulces o los salados, ¡feliz Navidad y mejor año entrante!