El pintor caravaqueño Rafael Facundo Tegeo Díaz fue una destacada figura del panorama cultural de la primera mitad del siglo XIX, no sólo en la Región de Murcia, sino en el conjunto nacional. Con una obra que avanza desde el neoclasicismo al romanticismo, la calidad de sus trabajos le sirvió para ser nombrado director de la Academia de San Fernando y pintor honorario de cámara en la Corte de Isabel II.
Infancia y primeros pasos como artista
Rafael Tegeo nació en Caravaca de la Cruz en 1798, en la calle que hoy lleva su nombre. Hijo de una humilde familia de artesanos, su infancia no tuvo que ser nada fácil debido a las numerosas epidemias de los primeros años del siglo XIX y a los avatares de la Guerra de Independencia contra los franceses.
Dadas las tendencias que desde niño mostraba hacia la pintura, sus padres le enviaron con quince años a Murcia, a estudiar en la academia de la Real Sociedad Económica de Amigos del País, bajo la protección del marqués de San Mamés y teniendo allí como mentor al escultor Santiago Baglietto.
Después, completaría su formación artística en Madrid en la Academia de Bellas Artes de San Fernando, donde fue discípulo preferido del pintor clasicista José Aparicio, cuyo estilo fue seguido en un principio por el propio Tegeo. También se formaría con Fernando Brambilla, un pintor de vistas italiano afincado en España.
Influencia italiana
Entre finales de 1822 y principios de 1823 marchó a Roma, sufriendo un naufragio en el Golfo de León del que pudo salvarse a costa de entregar toda su fortuna a unos marineros, llegando a la capital italiana con un frágil estado de salud y sin dinero.
La huella de este aprendizaje quedó patente en sus pinturas mitológicas y bíblicas: Magdalena en el desierto y La Curación de Tobías, de la que hablamos anteriormente en este mismo blog.
El reconocimiento de su obra
Regresó a Madrid en 1827, alcanzando un año después el grado de Académico de Mérito de la Academia de San Fernando con la presentación de la obra Lucha de Hércules y Anteo.
En 1839 fue nombrado teniente director de pintura de la Academia de San Fernando. En 1841, a causa del pronunciamiento moderado en contra de Espartero, regresó a Caravaca de la Cruz y un año después sería nombrado director honorario de la Academia, pintando entonces en Cehegín el retrato de Magdalena Cuenca y Rubio.
En 1846 se le aceptó la renuncia al cargo que tenía en la Academia de San Fernando, muriendo en Madrid diez años más tarde, coincidiendo con la primera Exposición Nacional de las Artes en 1856.
Entre la mitología y el retrato
Rafael Tegeo se mostró muy interesado por temas del mundo antiguo, hasta el punto que en su producción se encuentran algunos claros ejemplos del Neoclasicismo.
Los cuadros enviados a las exposiciones de la Academia de San Fernando tratan generalmente de asuntos mitológicos. Sin embargo, en las exposiciones académicas también presentó temas religiosos y en 1839 concurrió incluso con un argumento típicamente romántico.
Pero lo que hizo que Rafael Tegeo adquiriese fama y reconocimiento fue su faceta de pintor de retratos. Pese a esta circunstancia, Rafael mostró un desigual interés por estas obras. En sus mejores obras se intuye tempranamente un cierto romanticismo.
Según algunos estudiosos de su trabajo, la frialdad de los colores empleados en sus óleos ha sido crítica frecuente en la obra de Rafael Tegeo. Sin embargo, estos mismos colores prestan elegancia y dan clima a estos retratos. En la pintura narrativa este colorido es el convencional, de tintes un tanto arbitrarios y locales.
La abundante serie de retratos que realizó Tegeo forma una galería de personajes que van desde los propios reyes, Isabel II (1853) y Francisco de Asís (1846), que le nombraron pintor honorario de cámara; a la aristocracia de la Corte, Duques de San Fernando (1832); figuras políticas; y la burguesía adinerada, El arquitecto Ayogui (1838).
Representa a los personajes de sus cuadros en actitudes dignas, con expresión contenida y mirada frontal, con carácter melancólico y profundidad psicológica, acentuado todo ello por fondos diluidos y el tratamiento de la indumentaria. Algunas de sus mejores creaciones serían Retrato de caballero y Dª Magdalena de Cuenca y Rubio.
FUENTES
CHACÓN JIMÉNEZ, F. (dir.), Historia de la Región Murcia, Ed. Mediterráneo, Murcia, vol. VIII, 1980, p. 385