La enigmática criatura de la Esquina de la Muerte

A lo largo de los siglos la han llamado con nombres diversos, la gran mayoría surgidos del acervo popular: sirena, gárgola, San Juan, arpía… Inmutable vecina pétrea, observando el paso de los siglos y las personas y testigo de luctuosos sucesos acaecidos en esa esquina que el pueblo ha dado en llamar ‘Esquina de la Muerte’. Inquietante apelativo a un frecuente lugar de paso, como no menos intranquilizadora fue en su día la presencia de la criatura de este rincón caravaqueño.

¿Qué hay detrás de la misteriosa figura que hace de vigía del cruce en pleno corazón histórico de Caravaca?

Acompañadnos.

Teorías, conjeturas, y alguna leyenda.

El misterio de la, llamémosla en consenso a efectos de estas líneas, Arpía, empieza en su misma ubicación: se encuentra tallada en un esquinazo de la magnífica Parroquia de El Salvador, siendo, además, la única talla presente en el exterior del edificio. Tampoco se trata aquella de una esquina cualquiera: fue cruce de las vías y caminos principales de entrada y salida de la villa, muy transitada por vecinos, visitantes y peregrinos, y por tanto a la vista de todos cuantos pasaban por ahí; lo que nos lleva a pensar que se talló en ese sitio para que fuese observada.

¿Qué es lo que veían los caminantes? Una criatura levemente humanoide, con cuerpo de ave rapaz (aún se puede distinguir el plumaje, ¿o son escamas?) y cabeza humana de cabello largo, sin poder determinar su género, pues el tiempo se ha llevado sus rasgos. Se encuentra además posada sobre lo que es su día pudo ser un mascarón o gárgola, hoy en día muy deteriorada por la erosión. Nuestra Arpía llegó a la era fotográfica en franco estado decadente, por lo que apenas tenemos pistas de cómo era en su mayor esplendor y cuál era la imagen que se grababa en las retinas de los caravaqueños y forasteros que pasaban bajo su mirada hace siglos.

La «Arpía» de la Esquina de la Muerte a día de hoy. Prácticamente sin rostro…

Hasta aquí, lo más parecido a las certezas. Comienzan las conjeturas.

¿Es una arpía? Desde luego, su morfología coincide con la criatura mitológica, las llamadas “sabuesos de Zeus” enviadas por el Padre de los Dioses helénicos para llevar su castigo a quienes fuesen merecedores de él, anunciando la llegada de las arpías una terrible tempestad entre cuyos negros nubarrones volaban estas criaturas.

Una arpía, seguramente pensando en su próxima maldad.

¿Es una sirena? Sin abandonar la mitología clásica, y descritas por primera vez en la Odisea de Homero aunque de origen más antiguo, y emparentadas con las arpías, las sirenas eran más frecuentes en las zonas de navegación, donde sus cánticos llevaban al naufragio a unos hechizados marineros. Las sirenas también estaban vinculadas con el mundo espiritual mortuorio, creyéndose que estas conducían las almas de los difuntos al Hades. En cualquier caso, vemos una clara relación de la criatura esculpida en El Salvador con la muerte.

Una sirena que nada tiene que ver con las de cola de pez, aunque comparten afición por hundir barcos con su hechicería.

¿Es una representación iconográfica de San Juan evangelista? La tercera pata de este banco, hipótesis de otros tantos estudiosos, que ven en esta talla el águila de San Juan, si bien esta interpretación presenta algunos problemas: primero, se trataría de una figuración muy inusual del Santo evangelista; y segundo, ¿por qué San Juan, por qué no otro evangelista o apóstol, por qué no los cuatro, por qué en esa esquina?

El águila que siempre acompaña a San Juan Evangelista. Mucho más difícil encontrar un águila con la cabeza del Santo.

¿Es “otra cosa”? Otra hipótesis muy interesante sitúa nuestra Arpía como una representación de la Andra-Mari, una especie de diosa creadora de la mitología pagana vasca cuyos rasgos corporales recuerdan poderosamente a la arpía. También se parece a la ‘lamiak’, perteneciente a la misma mitología y emparentada con Andra-Mari. Pero, ¿qué hacen criaturas del folclore euskera en Caravaca? Lo desvelamos más adelante.

Las ‘lamiak’ pasan su tiempo peinándose con peines de oro. Y no se toman bien las interrupciones.

A la vista de los múltiples posibles orígenes, como siempre y mientras no se demuestre con letras sobre papel, todo es conjetura.

De la Arpía a la Esquina de la Muerte.

Lo que no es objeto de debate es el carácter moralizante y aleccionador de la figura de la arpía, tan del gusto del Renacimiento. El hecho de que nuestra arpía se esculpiera en un cruce de caminos principal la revestía de una gran carga simbólica: la arpía representa el pecado y la muerte, y había que cuidarse de aquello que simbolizaba, invitando al paseante a dedicar unos minutos en la Parroquial a purgar sus faltas y librarse de “la arpía”. De nuevo, sólo teorías.

¿Decíamos de la Arpía como una criatura mitológica vasca? No es descabellado pensar que esta figura fuese importada por los diversos maestros canteros de origen norteño español (fundamentalmente País Vasco y Cantabria) que trabajaron en el levante peninsular y en nuestra Región. Martín de Homa, principal maestro cantero en las primeras fases constructivas de El Salvador, junto con sus ayudantes, eran de origen vizcaíno; no extrañaría que trajesen su repertorio iconográfico vasco al sur, donde le darían salida en sus trabajos; aunque nos cuesta creer que fuese una inclusión espontánea, sin mayor razón, en este caso.

La diosa pagana Andra Mari, cuya presencia aún se deja notar muy fuerte en el norte de España.

También se conjetura que la Arpía fuese objeto de disputas entre algunas familias nobles de Caravaca. Apellidos como Melgares, Otálora, Uribe, y tantos otros, estaban emparentados con las noblezas euskaldunas, por lo que la figura de la Arpía (o Andra-Mari) legitimaría de alguna forma a estas familias entroncándolas con la nobleza vasca. ¿Fue nuestra Arpía un encargo particular de una de las antiguas familias caravaqueñas, o una vez tallada estas se la disputarían como símbolo familiar?

¿Habéis observado que hay dos arpías flanqueando el blasón de la familia Mora en la reja de su capilla, hoy de Santa Rita, en la Parroquia de El Salvador?

Capilla de Santa Rita de Casia, hace siglos «de los Mora», quienes no tuvieron reparo en incluir dos generosas «arpías» en su blasón.

Así pues, tras lo expuesto, ¿el nombre de la Esquina de la Muerte está relacionado con la Arpía?

Ya hemos comentado cómo la criatura en la que se inspira tiene un fuerte vínculo con el otro mundo y la muerte. Sin embargo, y dado lo que nos gusta rizar el rizo, diremos más: en la Esquina de la Muerte ha habido realmente muertes.

Sin escapar de la esfera de lo legendario, se especula que esa parte de Caravaca, en época medieval bajo la bailía templaria, sirvió de escenario de una cruenta batalla entre huestes templarias e invasores granadinos, dando como resultado un gran número de muertos.

Otros sugieren que tal esquina parroquial, al situarse fuera de la vieja muralla, escapaba a las jurisdicciones legales de la villa, por lo que era punto de encuentro común de la rufianería y canalla de aquellas épocas, que se citaban en duelos a ultrança dígase de otro modo, duelos a muerte, en los que tal y como cabe esperar, era harto complicado escapar indemne.

Las crónicas luctuosas más recientes apuntan a dos homicidios cometidos en la Esquina de la Muerte e inmediaciones: el primero en 1750, cuando cayó muerto Saturio de Mata, vecino de Caravaca, fruto de una reyerta con un grupo de personas ebrias en la Nochebuena de aquel año; el segundo en 1814, cuando fue apuñalado Miguel Navarro, valenciano afincado en Caravaca, y envuelto en una refriega con un grupo de jóvenes a causa de sus diferencias políticas. Miguel Navarro recorrió los últimos pasos desde la Plaza que llamarían Nueva hasta la Esquina de la Muerte, donde sucumbió a sus heridas letales.

Otras explicaciones a este nombre, más distendidas, dicen que en esta esquina era donde el párroco despedía los cortejos fúnebres que se encaminaban al Cementerio viejo si las familias de los finados no podían abonar los honorarios del sepelio; o que los fríos vientos encauzados por la Calle de las Monjas en invierno provocaban unos resfriados de… muerte.

Sea como fuere, pocos caravaqueños no se refieren a este punto del callejero histórico como “Esquina de la Muerte”. Tal vez tenga que ver con la siniestra presencia de esa “Arpía maligna”, tal vez los crímenes de sus calles le dejaron ese apelativo en la memoria popular. Quizás el lugar esté impregnado con una miasma alienante que alentaba a la violencia y al miedo en tiempos menos materialistas y la denominación de ese cruce era una advertencia pasada de generación en generación.
En todo caso, ahí sigue y ahí seguirá, cada vez con mayor necesidad de nuestra ayuda, la quincentenaria Arpía de la Esquina de la Muerte, viendo pasar el tiempo y más generaciones de caravaqueños, peregrinos, visitantes, y turistas.

Por cierto. Hemos descubierto que nuestra Arpía también se parece a Ishtar, la diosa babilónica del amor y al guerra. Vaya.

Que no decimos ni sí ni no, pero…