La diáspora de caravaqueños a lo largo de la historia llevó a muchos de nuestros vecinos a habitar lejos de su tierra natal, en otros lugares a los que llamar ‘hogar’. Anónimos la mayoría de ellos, ilustres unos pocos, y recordados aún en menor número. A caballo entre el segundo y el tercer grupo se encuentra el protagonista de esta entrada, un artista al que recordarán fundamentalmente en Barcelona, donde desarrolló la práctica totalidad de su vida, y los aficionados a las viñetas españolas; particularmente los de mayor edad, que fuesen en su día (o ahora de nuevas) lectores del mítico TBO, la revista infantil – juvenil de humor gráfico y cómic (palabra esta que, españolizada con toda justicia, llamamos ‘tebeo’, por metonimia de marca, dada la inmensa popularidad que alcanzó la legendaria publicación).
Juan Martínez Buendía nació un 2 de octubre de 1893 en la Calle de don Fernando, hoy Poeta Ibáñez, en el seno del matrimonio entre José María Martínez Teruel y Josefa Buendía.
El importante proceso de industrialización de la Cataluña de la época condujo a su padre, herrero de oficio, a llevar a su familia en busca de unas oportunidades mayores que las que podía ofrecer aquella Caravaca decimonónica. Juan “Tínez” abandonó pues la ciudad caravaqueña siendo muy niño y, casi con total seguridad, sin recuerdos de esta ni lazo familiar más allá de sus padres, destino a Barcelona.
Demostrando dotes artísticas desde joven, se formó en la Escuela de Bellas Artes de la Lonja y en el Círculo Artístico barcelonés. Debió sentir desde muy pronto la llamada de las viñetas, pues se dedicó profesionalmente a ellas desde los veinte años de edad.
Cuando Juan comenzó a colaborar con ‘TBO’ (años 20), la revista apenas contaba tres años de vida editorial y una tirada modesta de 39.000 ejemplares, a 10 céntimos el ejemplar. Juan “Tínez”, junto con los dibujantes, Donaz, Urda, Benejam, Opisso, entre otros, fueron considerados los pilares del TBO en su primera época. La firma “Tínez”, como ya se habrá deducido, proviene de su primer apellido, aunque Juan también firmó algunos trabajos como “Día” (De Buendía) y Juanito.
Su legado artístico, muy extenso, se desarrolló durante casi 40 años fundamentalmente dentro de la casa TBO, con trabajos esporádicos para otros editores. Así, Tínez fue autor de ‘Juan el Grumete’, una de las escasas historietas seriadas que se creaban en la época, en un estilo más realista de lo que sería su otro estilo, más caricaturesco y humorístico. De su mano también fueron historietas y portadas en otras publicaciones como Pierrot, Colorín, Sancho Panza, y Chiquitin y Periquito (Félix el gato), entre tantas otras. Fue autor así mismo de cromos y estampas que se distribuían como colecciones a través de diversas marcas de chocolates.
Quizás, de sus páginas más recordadas, se encuentras los célebres “inventos del TBO”, en los que Tínez puso trazo y guion a casi un centenar de “inventos”. Durante los años cuarenta también fue el encargado gráfico, inicialmente, de los cuadernos de Jim Pat, aventuras de ‘western’, indios y vaqueros, cabecera en la cual Tínez recuperaba ese estilo “realista” y detallado que exigía tal tipo de historia, menos relajada y humorística que en sus páginas de TBO.
Tínez fallece en Barcelona en abril de 1957. En su entorno se recordaba siempre con afecto y reconocimiento a un hombre que calificaban de bueno e incansable. El propio TBO publicó una esquela en su número 136, un mes después de su deceso, dedicando unas entrañables palabras al que fue su puntal y compañero durante décadas, y fue citado con frecuencia en los sucesivos números especiales de aniversario de la revista.
Desconocemos si Tínez regresó a Caravaca en algún momento de visita y para conocer la tierra en la que fue alumbrado. Desde luego, Juan nunca renegó de sus raíces, de las cuales sin duda hacía gala, como bien atestiguan las palabras que le dedicó su compañero de oficio Joseph Coll, el cual decía de Tínez que era “un murciano muy salado”.
Una figura que, en su momento apropiado, merecería el reconocimiento de su Caravaca de la Cruz natal al que fue su mayor representante del noveno arte en el siglo XX.
Desde el siglo XVI en adelante, la Santísima y Vera Cruz de Caravaca como símbolo universal de fe cristiana tuvo una difusión asombrosa no sólo dentro de nuestra península, sino allende las fronteras españolas e incluso en ultramar. Está más que documentada la traslación de la imagen de la Vera Cruz de Caravaca de manos de religiosos franciscanos y jesuitas, quienes la portaban y la mostraban en sus labores catequizadoras en el Nuevo Mundo; logrando, por una parte, conversiones de la población indígena y, por otra, el establecimiento de la Cruz caravaqueña como icono de la fe cristiana en amplios territorios de América del Sur. Prueba de ello, entre tantas otras, es el hermanamiento de Caravaca con San Miguel de las Missões, en Brasil, y el Camino que le da nombre y que transcurre por 750 kilómetros a través de Paraguay, Argentina y Brasil, en el llamado ‘Camino de las Misiones’ o Camino Jesuítico.
Sin embargo, la Cruz de Caravaca «puso pie» en otros tantos lugares del mundo, y en esta ocasión nos vamos a referir a la parte más «española» de Estados Unidos, California, y el considerado uno de los padres fundadores de la nación estadounidense, Fray Junípero Serra, santo, y su vinculación con la Vera Cruz.
De Mallorca a California.
Fray Junípero nació en 1713 en Petra, un pueblecito de Mallorca, en el seno de una casa humilde de padres iletrados, que le bautizaron como Miquel Josep. De niño ingresó en el convento franciscano de San Bernardino, culminando su formación en el de San Franscisco de Palma de Mallorca, siendo ordenado fraile con dieciséis años y tomando el nombre de un allegado de San Francisco: Junípero.
Su afán de revelar la palabra de Dios a todos los rincones del mundo le lleva a embarcar en 1749 en Cádiz, destino el Virreinato de Nueva España, lo que sería México. Ya en el Nuevo Mundo, Fray Junípero desarrolla una intensa labor de prédica entre los nativos, y emprende un camino de 500 kilómetros a pie, a modo de peregrinación, en dirección hacia Ciudad de México, lo que le ocasionó lesiones en una pierna de por vida. Donde más es recordado Fray Junípero en México es en la ciudad de Querétaro, donde nuestro fraile no sólo llevó a cabo catequesis, sino que también enseñó los rudimentos de la agricultura y la ganadería, entre otras labores, a los nativos pames. Y a punto estuvo de ser enviado a predicar entre los indios apaches de Texas, pero el destino le reservaba otra misión.
Con la caída de los Jesuitas en 1767, los territorios de la Alta y Baja California, españoles, quedaron desprovistos de religiosos que atendieran las conversiones de los indígenas. Fueron 16 religiosos franciscanos, liderados por fray Junípero, los que tomaron el relevo de los jesuitas en California y marcharon a atender la labor religiosa.
Siguiendo la metodología que desarrollaron en Querétaro, al llegar a un lugar levantaban una capilla y algunas cabañas alrededor, fortificando el sitio para prevenirse de agresiones. Acogían a los indígenas que se acercaban al lugar, y les mostraban las escrituras y la palabra de Cristo, amén de enseñarles a trabajar la tierra, el ganado, los oficios, y vestir con la decencia que mandaba la época, pues la mayoría de estas personas iban prácticamente desnudas. Aún permanecen los vestigios de una ‘forja catalana’ en la misión de San Juan Capistrano, como testimonio del paso de Fray Junípero y el resto de religiosos. Hasta nueve misiones fundó nuestro protagonista en California, algunas de las cuales crecieron hasta convertirse en grandes ciudades como son Los Ángeles, San Diego, o San Francisco. La muerte le llegó años después, en 1784, mientras descansaba, ya enfermo, en la misión de San Carlos Borromeo, en Monterrey, reposando sus restos en la basílica del mismo titular.
Santo californiano, portador de la Vera Cruz de Caravaca.
Polémicas ‘negrolegendarias’ aparte, Fray Junípero Serra es considerado unos de los pilares de la nación norteamericana, y como tal es el único español que cuenta con una escultura en el Salón Nacional de las Estatuas, en el Capitolio de Washington, junto a otros padres fundadores de Estados Unidos. La labor misionera llevada a cabo por fray Junípero fue esencial para la vertebración del territorio y el asentamiento de los valores que serían bandera de los nuevos estados, y como tal fue propuesto por el Estado de California para aparecer junto al resto de los ilustres norteamericanos.
En 1988 fue beatificado por Juan Pablo II, y la canonización como santo tuvo lugar en 2015, con el papa Francisco. Tal canonización fue llamada «equivalente», es decir, sin milagro practicado por el santo, sino por la gran veneración popular que se le profesa.
De acuerdo a los responsables de la Casa Museo dedicado a san Junípero Serra en Petra, su localidad mallorquina natal, el fraile contaba entre sus posesiones con una Cruz de Caravaca, la cual de hecho fue clave para reconocer sus restos entre las sepulturas de San Carlos Borromeo. Esa Cruz de Caravaca, u otra similar, se expone en el citado museo. Queda patente que fray Junípero fue gran devoto de la Santa Cruz caravaqueña y con ella viajó a las Américas, dándola a conocer en México y California, siendo además representado con ella frecuentemente. Y como mayor demostración de la devoción del santo franciscano a la Vera Cruz, sus restos fueron expuestos en un relicario con forma de la Cruz de Caravaca en la ceremonia de su canonización.
Podemos situar, con toda justicia, a Fray Junípero Serra, junto a los otros grandes santos embajadores de nuestra reliquia como son San Juan de la Cruz y Santa Teresa de Jesús, y como tal, merecedor de todo el reconocimiento por parte del pueblo de Caravaca de la Cruz, quien tanto le debe en su labor no sólo misionera, sino como difusor de nuestro universal símbolo.
A lo largo de los siglos la han llamado con nombres diversos, la gran mayoría surgidos del acervo popular: sirena, gárgola, San Juan, arpía… Inmutable vecina pétrea, observando el paso de los siglos y las personas y testigo de luctuosos sucesos acaecidos en esa esquina que el pueblo ha dado en llamar ‘Esquina de la Muerte’. Inquietante apelativo a un frecuente lugar de paso, como no menos intranquilizadora fue en su día la presencia de la criatura de este rincón caravaqueño.
¿Qué hay detrás de la misteriosa figura que hace de vigía del cruce en pleno corazón histórico de Caravaca?
Acompañadnos.
Teorías, conjeturas, y alguna leyenda.
El misterio de la, llamémosla en consenso a efectos de estas líneas, Arpía, empieza en su misma ubicación: se encuentra tallada en un esquinazo de la magnífica Parroquia de El Salvador, siendo, además, la única talla presente en el exterior del edificio. Tampoco se trata aquella de una esquina cualquiera: fue cruce de las vías y caminos principales de entrada y salida de la villa, muy transitada por vecinos, visitantes y peregrinos, y por tanto a la vista de todos cuantos pasaban por ahí; lo que nos lleva a pensar que se talló en ese sitio para que fuese observada.
¿Qué es lo que veían los caminantes? Una criatura levemente humanoide, con cuerpo de ave rapaz (aún se puede distinguir el plumaje, ¿o son escamas?) y cabeza humana de cabello largo, sin poder determinar su género, pues el tiempo se ha llevado sus rasgos. Se encuentra además posada sobre lo que es su día pudo ser un mascarón o gárgola, hoy en día muy deteriorada por la erosión. Nuestra Arpía llegó a la era fotográfica en franco estado decadente, por lo que apenas tenemos pistas de cómo era en su mayor esplendor y cuál era la imagen que se grababa en las retinas de los caravaqueños y forasteros que pasaban bajo su mirada hace siglos.
Hasta aquí, lo más parecido a las certezas. Comienzan las conjeturas.
¿Es una arpía? Desde luego, su morfología coincide con la criatura mitológica, las llamadas “sabuesos de Zeus” enviadas por el Padre de los Dioses helénicos para llevar su castigo a quienes fuesen merecedores de él, anunciando la llegada de las arpías una terrible tempestad entre cuyos negros nubarrones volaban estas criaturas.
¿Es una sirena? Sin abandonar la mitología clásica, y descritas por primera vez en la Odisea de Homero aunque de origen más antiguo, y emparentadas con las arpías, las sirenas eran más frecuentes en las zonas de navegación, donde sus cánticos llevaban al naufragio a unos hechizados marineros. Las sirenas también estaban vinculadas con el mundo espiritual mortuorio, creyéndose que estas conducían las almas de los difuntos al Hades. En cualquier caso, vemos una clara relación de la criatura esculpida en El Salvador con la muerte.
¿Es una representación iconográfica de San Juan evangelista? La tercera pata de este banco, hipótesis de otros tantos estudiosos, que ven en esta talla el águila de San Juan, si bien esta interpretación presenta algunos problemas: primero, se trataría de una figuración muy inusual del Santo evangelista; y segundo, ¿por qué San Juan, por qué no otro evangelista o apóstol, por qué no los cuatro, por qué en esa esquina?
¿Es “otra cosa”? Otra hipótesis muy interesante sitúa nuestra Arpía como una representación de la Andra-Mari, una especie de diosa creadora de la mitología pagana vasca cuyos rasgos corporales recuerdan poderosamente a la arpía. También se parece a la ‘lamiak’, perteneciente a la misma mitología y emparentada con Andra-Mari. Pero, ¿qué hacen criaturas del folclore euskera en Caravaca? Lo desvelamos más adelante.
A la vista de los múltiples posibles orígenes, como siempre y mientras no se demuestre con letras sobre papel, todo es conjetura.
De la Arpía a la Esquina de la Muerte.
Lo que no es objeto de debate es el carácter moralizante y aleccionador de la figura de la arpía, tan del gusto del Renacimiento. El hecho de que nuestra arpía se esculpiera en un cruce de caminos principal la revestía de una gran carga simbólica: la arpía representa el pecado y la muerte, y había que cuidarse de aquello que simbolizaba, invitando al paseante a dedicar unos minutos en la Parroquial a purgar sus faltas y librarse de “la arpía”. De nuevo, sólo teorías.
¿Decíamos de la Arpía como una criatura mitológica vasca? No es descabellado pensar que esta figura fuese importada por los diversos maestros canteros de origen norteño español (fundamentalmente País Vasco y Cantabria) que trabajaron en el levante peninsular y en nuestra Región. Martín de Homa, principal maestro cantero en las primeras fases constructivas de El Salvador, junto con sus ayudantes, eran de origen vizcaíno; no extrañaría que trajesen su repertorio iconográfico vasco al sur, donde le darían salida en sus trabajos; aunque nos cuesta creer que fuese una inclusión espontánea, sin mayor razón, en este caso.
También se conjetura que la Arpía fuese objeto de disputas entre algunas familias nobles de Caravaca. Apellidos como Melgares, Otálora, Uribe, y tantos otros, estaban emparentados con las noblezas euskaldunas, por lo que la figura de la Arpía (o Andra-Mari) legitimaría de alguna forma a estas familias entroncándolas con la nobleza vasca. ¿Fue nuestra Arpía un encargo particular de una de las antiguas familias caravaqueñas, o una vez tallada estas se la disputarían como símbolo familiar?
¿Habéis observado que hay dos arpías flanqueando el blasón de la familia Mora en la reja de su capilla, hoy de Santa Rita, en la Parroquia de El Salvador?
Así pues, tras lo expuesto, ¿el nombre de la Esquina de la Muerte está relacionado con la Arpía?
Ya hemos comentado cómo la criatura en la que se inspira tiene un fuerte vínculo con el otro mundo y la muerte. Sin embargo, y dado lo que nos gusta rizar el rizo, diremos más: en la Esquina de la Muerte ha habido realmente muertes.
Sin escapar de la esfera de lo legendario, se especula que esa parte de Caravaca, en época medieval bajo la bailía templaria, sirvió de escenario de una cruenta batalla entre huestes templarias e invasores granadinos, dando como resultado un gran número de muertos.
Otros sugieren que tal esquina parroquial, al situarse fuera de la vieja muralla, escapaba a las jurisdicciones legales de la villa, por lo que era punto de encuentro común de la rufianería y canalla de aquellas épocas, que se citaban en duelos a ultrança dígase de otro modo, duelos a muerte, en los que tal y como cabe esperar, era harto complicado escapar indemne.
Las crónicas luctuosas más recientes apuntan a dos homicidios cometidos en la Esquina de la Muerte e inmediaciones: el primero en 1750, cuando cayó muerto Saturio de Mata, vecino de Caravaca, fruto de una reyerta con un grupo de personas ebrias en la Nochebuena de aquel año; el segundo en 1814, cuando fue apuñalado Miguel Navarro, valenciano afincado en Caravaca, y envuelto en una refriega con un grupo de jóvenes a causa de sus diferencias políticas. Miguel Navarro recorrió los últimos pasos desde la Plaza que llamarían Nueva hasta la Esquina de la Muerte, donde sucumbió a sus heridas letales.
Otras explicaciones a este nombre, más distendidas, dicen que en esta esquina era donde el párroco despedía los cortejos fúnebres que se encaminaban al Cementerio viejo si las familias de los finados no podían abonar los honorarios del sepelio; o que los fríos vientos encauzados por la Calle de las Monjas en invierno provocaban unos resfriados de… muerte.
Sea como fuere, pocos caravaqueños no se refieren a este punto del callejero histórico como “Esquina de la Muerte”. Tal vez tenga que ver con la siniestra presencia de esa “Arpía maligna”, tal vez los crímenes de sus calles le dejaron ese apelativo en la memoria popular. Quizás el lugar esté impregnado con una miasma alienante que alentaba a la violencia y al miedo en tiempos menos materialistas y la denominación de ese cruce era una advertencia pasada de generación en generación. En todo caso, ahí sigue y ahí seguirá, cada vez con mayor necesidad de nuestra ayuda, la quincentenaria Arpía de la Esquina de la Muerte, viendo pasar el tiempo y más generaciones de caravaqueños, peregrinos, visitantes, y turistas.
Por cierto. Hemos descubierto que nuestra Arpía también se parece a Ishtar, la diosa babilónica del amor y al guerra. Vaya.
Hablar de un personaje como Fajardo ‘El Bravo’ resulta harto dificultoso. No sólo por lo que afirmaba Plinio El Joven, que “Es difícil presentar como novedad las cosas antiguas”, sino porque la figura de ‘El Bravo’ es más grande que el papel y la tinta (o en este caso, los kilobytes) que se han gastado hablando de su figura durante siglos.
Creemos que para enlazar adecuadamente esta narración con la historia de nuestra tierra, debemos empezar por el final: Alonso Fajardo ‘El Bravo’ se dio por muerto en Caravaca en 1461. Y ahora, vayamos al principio.
GUERRERO, HÉROE, SAQUEADOR.
Se conoce la fecha de la “muerte” de Alonso Fajardo, pero no la de su nacimiento, más allá de haber sido alumbrado ya entrado el siglo XV. De estirpe guerrera (sus antepasados se engrandecieron haciendo la “guerra al moro”), Alonso fue armado caballero ante los muros de la fortaleza de Xiquena (perteneciente a Lorca, y tristemente poco conservada), dando comienzo a su leyenda. ‘El Bravo’ encarnó el arquetipo del infanzón medieval, el noble dedicado fundamentalmente a la guerra, dando fuertes y frecuentes quebraderos de cabeza a los musulmanes, a otros castellanos en el nombre del Rey, y también al propio Rey. Su apodo era tan conocido y temido que, según cuentan, bastaba mentarle para hacer bajar las hojas y poner tierra por medio, so pena de vérselas con él en persona.
Su mayor hazaña considerada tal fue la victoria en la Batalla de los Alporchones, de inmortal memoria en la historia murciana, y que tuvo lugar en los campos de Lorca, de cuya fortaleza era alcaide nuestro protagonista.
En 1452, las tropas del caudillo nazarí Al – Abbas regresaban a Vera (Almería) tras un fructífero saqueo a las tierras murcianas, cuando un enardecido Alonso Fajardo cayó sobre ellos con una tropa compuesta por infantes y caballería de Aledo, Murcia, y Caravaca. Los combates se prolongaron debido a las constantes reorganizaciones de las filas musulmanas, por lo que un hastiado Fajardo puso voz en grito y desafió al caudillo moro Al –Abbas a un combate singular que resolviera la batalla de una vez por todas. ‘El Bravo’ logró descabalgar al capitán enemigo y tomarlo preso, causando la ruptura de moral del bando musulmán, que se dio en desbandada. Esta victoria le regaló algunos años de relativa paz a la frontera murciana, y alimentó la épica de la ahora heroica figura de Alonso Fajardo. Cabe mencionar, como no puede ser de otro modo, que la victoria cristiana se atribuyó a la intercesión de San Patricio, en cuyo día (17 de marzo) tuvo lugar la batalla; desde tal momento San Patricio se convierte en patrón de Lorca y de la ciudad de Murcia.
El apellido Fajardo ganó relumbre, pero de muros para adentro, las tensiones familiares eran terribles. Alonso mantenía una larga y enconada enemistad con su propio primo, Pedro Fajardo, a cuenta del Adelantamiento de Murcia, cargo que Alonso creía merecer por derecho sucesorio. Esto no sólo le enfrentaba con sus parientes, sino con su señor el rey Enrique IV por añadidura. Ante tal situación, ‘El Bravo’ decidió acrecentar su poder por la vía dura, haciendo honor a su otro sobrenombre, Alonso ‘El Malo’, atacando señoríos cristianos rivales, aliándose con los musulmanes con intención de asediar Murcia, y arrasando con cuanta riqueza se le ponía a tiro. Llegó a mantener cautivo al comendador de Ricote en el castillo de Caravaca (Alonso Fajardo era entonces señor de la villa caravaqueña) mientras esquilmaba sus tierras. Como es lógico y natural, Enrique IV tomó cartas en el asunto y mandó desposeer al ‘Bravo’ de sus territorios.
LA IRA DE UN MONARCA, UNA CARTA DOLIENTE, Y UN ÚLTIMOASEDIO
Acosado por sus enemigos, lanzados contra él por la corona, Alonso Fajardo escribió, precisamente tras los muros del Castillo de Caravaca, la célebre carta dirigida en 1458 a Enrique IV; misiva en la que, haciendo gala de unas enormes agallas, por decirlo suavemente, poco menos que le echaba en cara al Rey que mandase tropas a atacarle después de todos los servicios que le había prestado a él y a su padre Juan II; que si le quería fuera de juego, le comprase todo lo suyo para retirarse en Aragón, pues le saldría más barato eso que gastar en soldados; y que si aun así el Rey se empeñaba en hacerle mal, “… la destrucción del rey Don Rodrigo venga sobre vos y vuestros reinos, y vos la veáis y no la podáis remediar como él hizo…”. ¡Poca cosa!
La misiva debió templar los ánimos, pues el Rey le concedió indulto a cambio de su arrepentimiento. Pero al Fajardo no le llamaban ‘Bravo’ por la suavidad de su carácter, y al tiempo regresó a las viejas costumbres, ejerciendo la violencia contra otros señores cuya fidelidad al monarca era manifiesta y notoria.
Enrique IV decide pues terminar de una vez con el infanzón y le arroja lo mejor que tiene, la élite de sus ejércitos, una monstruosa fuerza comandada por su pariente y Adelantado Real Pedro Fajardo; el marqués de Villena Juan Pacheco; el comandante de artillería Lope Mendoza; y Pedro Girón, maestre de la Orden de Calatrava.
Con semejante imparable enemigo a las puertas, ‘El Bravo’ se refugió en su último bastión, Caravaca, al mando de una resistencia que aún aguantó el asedio a su castillo ¡durante casi un año!, obligando al contingente agresor a demandar refuerzos varias veces.
El 7 de diciembre de 1461, el propio Adelantado Pedro Fajardo comunicaba al Rey la derrota de su primo Alonso Fajardo ‘El Bravo’ y la rendición de la plaza caravaqueña. A partir de aquí, el destino de nuestro feroz personaje no queda claro del todo. Es lógico suponer que falleció durante el asedio, pero en ningún lugar se da cuenta de esto, ni se expuso su cadáver como advertencia ejemplarizante. Por tanto, cabe la posibilidad de que fuese cautivo y su destino le llevara a otros derroteros, o que incluso pudiera escapar de Caravaca y ocultarse en Granada, donde aún contaba con aliados.
Sea como fuere, la figura de ‘El Bravo’ quedó impresa con letra de oro en la historia del viejo “Reyno” de Murcia. Un personaje cuya apasionante vida sirvió de inspiración a unos versos de Lope de Vega; que de haber sido británico o estadounidense ya tendría series y películas dedicadas; y cuyas palabras, plasmadas en aquella carta enviada desde las murallas de Caravaca, aún poseen una fuerte resonancia en este célebre pasaje:
“O Rey muy virtuoso, soy en toda desesperación por ser así desechado de vuestra Alteza; soez cosa es un clavo y por él se pierde una herradura, y por una herradura un caballo, y por un caballo un caballero, y por un caballero una hueste y por una hueste una ciudad y un reino.”
A nadie sorprendemos si afirmamos que la parroquial de El Salvador de Caravaca es la joya del Renacimiento arquitectónico murciano. La arciprestal fue el templo más ambicioso de la Encomienda de Santiago caravaqueña, y su construcción estuvo salpicada de avatares que condujeron a un edificio inconcluso, pero sin duda formidable, y la más esplendorosa de las iglesias columnarias de la Región de Murcia.
Parte indivisible del templo y protagonista del paisaje patrimonial de Caravaca es su torre. Una imponente construcción que tuvo incluso historia propia, no exenta de anécdotas y dificultades, pero siempre poderoso campanario cuyo sonido alcanza hasta el último rincón de la ciudad. Como pequeño homenaje a tan insigne símbolo caravaqueño, os presentamos 12 datos sobre nuestra torre de El Salvador que no dejan de ser curiosos:
Su construcción se prolongó más de dos siglos. En rigor, se comenzó en el XVI y se remató en el XVIII.
El proyecto de torre, como el de la iglesia, fue demasiado ambicioso, y el último cuerpo (campanario) se acabó con unas proporciones más reducidas y en mampostería en lugar de sillares. De hecho, el aspecto actual del campanario es relativamente reciente, del año 1978.
En su construcción intervino nada menos que Jorge Manuel Theotocópuli, hijo del universal pintor Doménico Theotocópuli “El Greco”. Además de seguir la estela de su padre en la pintura, Jorge Manuel también fue arquitecto. Y en efecto, visitó Caravaca.
Fue a la vez campanario y cárcel eclesiástica.
Hay múltiples inscripciones de presos grabadas en el interior de los muros. También un impresionante testimonio inscrito en una antiquísima puerta de madera interior que dice “Aquí estuvo preso Alonso Llamas y Robles 3 años”. La recia puerta de madera correspondía a una mazmorra de la torre.
Es imposible contemplar el primer cuerpo de la torre. Está imbricado en el templo, en la sacristía mayor.
En el segundo cuerpo hay una estancia cubierta por una bóveda elipsoidal, también llamada “bóveda murciana”. La misma que se puede ver en la Capilla de Junterón de la Catedral de Murcia.
Es el único sitio de la ciudad desde el que se puede ver la Basílica con su amurallado y la Plaza del Arco al mismo tiempo.
La campana mayor, llamada “María de los Dolores”, data de 1780 y pesa en torno a 1272 kilos.
El campanero Blas Ferrer, que ejerció en El Salvador de 1817 a 1850 escribió un auténtico manual de toques de campana en el que describía minuciosamente los diferentes toques de campana que existían, sus significados y épocas del año correctas para llevarlos a cabo. Prohibía rigurosamente repicar las campanas “cuando la tormenta se sitúe sobre la torre”, por peligro de atraer rayos y las calamidades que ello conlleva.
Hace muchos años le creció una higuera en una cornisa que hizo peligrar la estructura de toda la torre, por lo que hubo de retirarla. Décadas después, la higuera ha regresado.
Ya falta menos para que la Torre de El Salvador pueda abrirse al público y vuelva a ser visitable, para disfrutar de las increíbles vistas que ofrece.
Recién iniciado el Año Jubilar 2024, los Caminos de la Cruz de Caravaca empiezan a poblarse de piernas inquietas, espaldas cargadas con equipaje, y miradas puestas en la Basílica Santuario; objetivo final de un viaje de fe, búsqueda y encuentro. Los caminos son transitables, unos más duros que otros, pero todos señalizados y en buen estado, con alojamientos, pueblos y villas por los que pasar y descansar, acudir a sus lugares de interés…
Sin embargo, no siempre peregrinar a Caravaca de la Cruz fue tan seguro y relativamente cómodo. Hubo un tiempo pretérito en que echarse a los caminos a peregrinar a un lugar santo suponía poco menos que jugarse el pellejo cada día y cada noche, pues la realidad geográfica y política era bien diferente en aquella época.
“Peregrino, cuídate de los sarracenos en el camino…”
Las primeras indulgencias concedidas por la adoración de la Vera Cruz de Caravaca las encontramos a finales del siglo XIV, otorgadas por Clemente VII (El antipapa de Avignon, ¡casi nada!), por peregrinar a Caravaca en determinados día señalados con festividades religiosas.
Los problemas con los que se topaban los peregrinos eran, por un lado los esperables (caminos abruptos, inclemencias meteorológicas, y tener que dormir al raso muchas veces), y los imponderables (asalto de bandidos, fauna hostil…). Pero principalmente, el mayor peligro que acechaba a los caminantes era la condición de Caravaca como frontera con la Granada musulmana.
El infante don Alfonso, futuro Alfonso X El Sabio, conquista la taifa de Murcia firmando el Tratado de Alcaraz con los herederos del emir Ibn Hud en 1243. Partiendo de ese momento, los límites territoriales del Reino de Murcia van a mutar, quedando nuestra Caravaca en las cercanías de la frontera granadina, a unas leguas de la “terra nullius”, tan peligrosa como impredecible.
Como podremos imaginar, el peregrino que marchaba camino a Caravaca debía andar con mil ojos y desempeñarse bien con su bordón, pues las algaras y razias granadinas eran pan de diario, y a poco que la mala fortuna le golpease y la astucia le fallara, podía acabar cautivo y esclavo de algún sayid, o a bordo de un barco camino a los mercados de personas de Argel. La frontera era un lugar hostigado y tensionado, donde uno podía prosperar practicando el contrabando y las incursiones a poblaciones cercanas a ambos lados de la línea, cobrándose buenos botines; fue la época de los caballeros de cuantía, que no eran nobles pero sí lo bastante adinerados para costearse caballo y armas con los que cabalgar contra los moros y obtener más riqueza. Y en mitad de todo, como es tristemente habitual, las personas corrientes que nada saben de la guerra pero sí la pagan con su sangre.
En tal situación, era importantísimo viajar en grupo, jamás en solitario, pues el grupo es fuerte, y el individuo presa fácil. Y desde luego, confiar en que las Ordenes Militares mantuvieran férrea vigilancia de los caminos. No fue hasta la toma de Granada en 1492 cuando la franja fronteriza comienza a difuminarse, las cabalgadas a disminuir, y finalmente los caminos a hacerse más seguros de recorrer.
“Y al final del camino… la Cruz”
Hoy en día, acabamos nuestra jornada peregrina, acudimos a nuestro alojamiento, tomamos una ducha, un refrigerio, y reposamos los pies. En tiempos antiguos el cariz era bien diferente. Un importante número de fieles llegaba a Caravaca en un estado de salud lamentable, afectados por enfermedades, heridas infectadas, lesiones, o estragos propios de la edad. Para ellos y para los menesterosos, se levantaron los hospitales que se situaban en las entradas a Caravaca, como lo fueron los hospitales de la Concepción y San Juan de Letrán (junto a la iglesia de la Concepción), que hallaban quienes venían del Camino Real de Granada, y el hospital viejoque se encontraba donde hoy se alza la imponente parroquia de El Salvador, cruce de caminos desde Moratalla y Murcia. En estos hospitales se daba atención a los maltrechos peregrinos, cuidados médicos, o consuelo espiritual a quienes se preparaban para encontrarse con Dios.
Los peregrinos que se reponían, eran los que concurrían “…en gran número…” a la capilla de la Vera Cruz de Caravaca en el Castillo, más adelante Santuario, con la esperanza de ver sus esfuerzos y penurias recompensadas, y contemplar la Santísima y Vera Cruz de Caravaca; a mayor fortuna, retocar con ella sus dijes o cruces para llevarlas pendidas del cuello y sentir la protección y bendición del Lignum Crucis.
Peregrinar puede ser un acto de Fe o de contemplación, pero siempre implica sacrificio y esfuerzo físico. Por muy cuesta arriba que se nos haga el Camino y más adversidades que enfrentemos en él, aún debemos recordar que hace 700 años ya se peregrinaba, sin caminos aplanados y sí mucha sandalia; sin comodidades modernas y sí grandes dificultades; y el gran premio era llegar.
Disfrutemos del camino. Creamos en lo extraordinario.
El
ciclo tendrá lugar los días 3, 10, 16 y 24 de octubre en la iglesia de San José
del antiguo convento de las Carmelitas Descalzas
El
profesor y carmelita Secundino Castro, catedrático de la Universidad de
Comillas, ofrecerá la conferencia ‘Teresa de Jesús, maestra y discípula de la
Palabra’
El
comisario artístico y galerista Nacho Ruiz hablará sobre ‘Místicos:
arquitectura y razones de un proyecto’, la exposición que se celebró en
Caravaca entre septiembre de 2018 y enero de 2019
Un concierto de música del Renacimiento español y una lectura compartida de obras de Santa Teresa a cargo de jóvenes estudiantes de Bachillerato y miembros del Club de Lectura de la Biblioteca Municipal completan el programa
El IV Ciclo Teresiano de Caravaca de la Cruz,
organizado conjuntamente por la Concejalía de Cultura del Ayuntamiento y la
comunidad de Carmelitas Descalzos, se celebrará los días 3, 10, 16 y 24 de
octubre en la iglesia de San José del antiguo convento de las Carmelitas
Descalzas, en la calle Mayor.
El ciclo, según ha explicado el concejal Juan Manuel de León, tiene como objetivo profundizar en el conocimiento de Teresa de Jesús, Santa, escritora y reformadora de la Orden del Carmen universalmente conocida, cuya vinculación con Caravaca viene a través del convento de clausura que fundó en 1576. “A raíz de la celebración del V centenario del Nacimiento de Santa Teresa, en 2015, y la entrada de Caravaca en la Red de Ciudades Teresianas, comenzó a ponerse en valor de forma más notoria la relación de la santa con nuestra ciudad y a organizarse actividades, que profundizan en diferentes aspectos de la santa y de la cultura del siglo XVI”, ha declarado de León.
El profesor y carmelita
descalzo Secundino Castro, catedrático emérito de la Universidad Pontificia de
Comillas, inaugurará el ciclo con la conferencia ‘Teresa de Jesús, maestra y
discípula de la Palabra’, el jueves 3 de octubre, a las 20.30 horas. El prior
de los Carmelitas de Caravaca, fray Pascual Gil, ha explicado que Castro es uno
de los mejores especialistas en la vida y la obra de Santa Teresa y también de
San Juan de la Cruz.
El jueves 10 de octubre, también en la iglesia de San José, se llevará a cabo una lectura de fragmentos de obra en prosa y también en poesía de Santa Teresa a cargo de componentes del taller de lectura y escritura de la Biblioteca Municipal y de estudiantes de Bachillerato.
El concierto ‘Glosas y
danzas. Retórica en la música en diálogo entre flauta y sacabuche’ se celebrará
el miércoles 16 de octubre, con un repertorio basado en la música española e
italiana del Renacimiento y barroco temprano. La formación musical ‘Concierto
Ibérico’, fundada en 2017, está compuesta en la actualidad por los músicos Olga
Rodón, Juan González y Lea Suter, será la encargada de ofrecer este recital.
El IV Ciclo Teresiano
será clausurado el 24 de octubre por el comisario de la exposición ‘Místicos’ y
doctor en Historia del Arte Nacho Ruiz, quien acercará a los asistentes la
génesis, la materialización y los ecos posteriores de la exposición que,
dedicada al mundo de la mística con especial énfasis en la relación de Caravaca
con San Juan de la Cruz y Santa Teresa de Jesús, se celebró en la antigua
iglesia de la Compañía de Jesús entre los meses de septiembre de 2018 y enero
de 2019. Casi 40.000 personas visitaron esta exposición.
Todas
las actividades programadas por la Concejalía de Cultura del Ayuntamiento de
Caravaca y los Carmelitas Descalzos dentro de este Ciclo Teresiano darán
comienzo a las 20.30 horas, en la iglesia de San José de la calle Mayor, con
entrada libre.
La obra es una comedia contemporánea que cuenta con un reparto de lujo. Su elenco está compuesto por Kiti Mánver, María Castro, Gorka Otxoa e Inés Sánchez, todos ellos bajo la dirección de Juan Carlos Rubio.
Juntos es una creación del autor italiano Fabio Marra que responde, de forma cómica, a algunas preguntas complejas para el ser humano, como ¿qué significa ser normal? o ¿estamos preparados para aceptar lo diferente?. Fue, además, candidata a los Premios Molière 2017 en la categoría de mejor espectáculo y mejor texto, entre otros, y su protagonista se llevó el de mejor actriz.
Por si fuera poco, cuenta con el ya experimentado director Juan Carlos Rubio, quien asegura, de forma relajada, que Juntos es una historia muy humana y que se halla estrechamente relacionada con la vida cotidiana, a pesar de tener unos personajes algo atípicos. “Es una función muy especial. Fabio tiene el inmenso talento de mezclar con genialidad el drama y la comedia en el texto. Además, tuvimos la inmensa suerte de que los actores que pensamos ideales para el reparto dijeron que sí”, evoca Rubio entre risas.
Gorka Otxoa se encarga de dar vida a Miguel, un personaje con problemas mentales que, según su intérprete, logra llegar al corazón. “Es emocionante, emotivo y divertido a partes iguales. Te remueve el corazón y empatizas con los personajes”, apunta Otxoa.
“El teatro es un trabajo en equipo, no se permiten los individualismos”, remarca satisfecho el director de la obra. Inés Sánchez, una de las tres actrices de Juntos, asiente al oír las palabras de Rubio, sentado a su lado. Se encarga de representar a Claudia, una chica que “descongestiona los momentos más duros de la obra”, según revela la madrileña.
‘Juntos’ se estrena esta noche en Caravaca de la Cruz a las 22:30 en el Teatro Thuillier.
El ex futbolista caravaqueño Miguel Ángel Ferrer Martínez ‘Mista’ ha cedido al Ayuntamiento de Caravaca de la Cruz un retrato de un caballero del siglo XIX atribuido al pintor Rafael Tegeo (Caravaca de la Cruz 1798-Madrid 1856).
El acto de cesión ha tenido lugar en el Salón de Plenos del Ayuntamiento, ante la pintura, y han participado el propietario de la obra, junto a sus familiares; el concejal de Cultura, Juan Manuel de León, y el alcalde de Caravaca, José Francisco García, quien ha agradecido la generosidad de ‘Mista’ al permitir que esta obra, de uno de los pintores fundamentales en la escena artística de la primera mitad del siglo XIX y de origen caravaqueño, pueda ser disfrutada por todos los vecinos, quedando depositada en la Casa Consistorial.
“Caravaca está en deuda con Miguel Ángel por muchas razones, porque ha sido uno de los mejores deportistas de la Región de Murcia, y porque su humildad y su cercanía con su ciudad natal le hacen estar siempre al servicio de ella”, ha expresado José Francisco García.
El alcalde de Caravaca ha recordado que, en los últimos tiempos, la obra de Rafael Tegeo, dispersa por la geografía internacional, ha sido revalorizada como la de uno de los grandes pintores del siglo XIX español, con obra suya expuesta en el Museo del Prado. Además, entre noviembre de 2018 y marzo de 2019, el Museo del Romanticismo le dedicó una exposición monográfica, que ha devuelto el lugar que merece al pintor nacido en Caravaca, en la calle que hoy lleva su nombre.
Por su parte, Miguel Ángel Ferrer ha declarado que “cuando tuve la oportunidad de adquirir una obra de este ilustre pintor caravaqueño no me lo pensé y ahora es mi deseo que pueda ser disfrutada por los vecinos”. “Toda mi familia nos sentimos muy agradecidos por la rápida respuesta del Ayuntamiento, que se ha mostrado muy interesado en que se formalizara esta cesión”, ha añadido el benefactor.