‘Ecce Homo’ de Murillo
El ‘Ecce Homo’ de Murillo representa el episodio bíblico de la Pasión de Cristo. El pintor plasma a Cristo maniatado, con una corona de espinas, una caña en la mano a modo de báculo y un manto púrpura en el regazo, símbolos del escarnio al que fue sometido. Su composición responde a un modelo común de fuerte raigambre que se remonta al gótico y que evoluciona para insertarse en las diversas corrientes artísticas.
Una de las destrezas más aguzadas de Murillo era su capacidad para plasmar emociones y sentimientos en los rostros que pintaba, lo cual, en este retrato está generosamente conseguido.
‘Ecce Homo’ de Luis de Morales
La representación del Ecce Homo es una de las más frecuentes y personales dentro de su producción, cuyo repertorio temático no fue muy variado pero sí extraordinariamente eficaz en su voluntad de crear imágenes de piadoso fervor. En ellas el artista logró plasmar la expresión del misticismo español de la época y su acierto propició la existencia de numerosos ejemplos de taller y de imitadores, que devaluaron la calidad de su aportación y perjudicaron su estimación posterior.
En esta obra, Jesús, coronado de espinas, cruza sus brazos delante del pecho con las manos atadas con una gruesa soga, que también aparece anudada alrededor del cuello, y no lleva el manto púrpura que suele cubrir sus hombros en otros ejemplos de la Ostentatio Christi ni sostiene entre sus manos la caña del ludibrio, lo que fue criticado por Francisco Pacheco en su Arte de la pintura. El modelo, que presenta un suave sfumato de origen leonardesco es, según E. du Gué Trapier, de procedencia lombarda, relacionado con el arte de Gian Petrino. Su rostro expresa serena resignación y la mirada es sumisa, pero tiene los ojos más abiertos que en otros ejemplos, siguiendo una tipología más cercana a las imágenes del nazareno. El artista acentúa el carácter dramático de la representación recortando la figura sobre un oscuro fondo, en el que prescinde de toda connotación espacial. Con ello sigue la doctrina del Concilio de Trento que exigía decoro en las representaciones religiosas y desechar en ellas todo lo ajeno a la espiritualidad de la obra. No pretende narrar un momento preciso de la Pasión de Cristo, sino pintar una figura desamparada que incite a la meditación, una imagen más mental que real, convirtiéndose así en un vehículo para la oración. Esta concepción pictórica es consecuencia de la espiritualidad de la época y de pensamientos religiosos como el de fray Luis de Granada (1504-1588) quien, en sus preceptos de meditación emocional, reitera la necesidad de una imagen mental que, sin duda, podría apoyarse en obras como esta. También responde a la ideología trentina, cuyo sentimiento pasionista debió de aprender de san Juan de Ribera, de quien fue pintor de cámara cuando este ocupó la sede episcopal de Badajoz entre 1562 y 1568.
Fuentes:
-www.laverdad.es
-www.fundacionbancosantander.com