Las Tosquillas es un idílico paraje natural que está situado a un kilómetro de la pedanía caravaqueña de Barranda, enclavado entre dos cerros.
En el lugar encontraremos una gran variedad de vegetación, así como el nacimiento de agua natural que le da nombre y que invita a que la imaginación viaje al tiempo de las bellas leyendas que circulan sobre estos lugares.
Allí, entre sus grandes nogueras se encuentra un merendero donde los caminantes se acercan para pasar un rato tranquilo con su familia y amigos y justo en el cerro encontramos los restos arqueológicos de La Cabezuela que guardan celosamente los restos de antiguas torres de vigilancia romanas.
En Las Tosquillas, el agua brota de una grieta entre dos enormes rocas y a potente ritmo, y discurre aguas abajo por una acequia, este espacio natural, el fresco y limpio aire despeja la mente.
A esta fuente de las Tosquillas, como hemos dicho antes, se le atribuye una preciosa leyenda, “La Dama del Agua” o “La Encantá” de Las Tosquillas.
Y la leyenda dice así:
Hace mucho tiempo, en el Castillo del Cerro de La Cabezuela vivía un señor que con frecuencia viajaba a la zona para recoger los diezmos. Una de esas veces, el señor se instaló junto a su mujer y su hija (la niña Juana) en el cerro. A la familia la visitaba a menudo un hombre de apariencia extraña y con mucha influencia sobre el señor de La Cabezuela, al que los vecinos se referían como alquimista.
La niña fue creciendo y se convirtió en una doncella hermosísima de la que se enamoró el alquimista, pero Juana estaba prendada de Juan, el mozo que cuidaba los caballos de su padre. Un día, el alquimista paseaba por Las Tosquillas cuando sorprendió a Juan y a Juana abrazados, y montó en cólera. Mediante magia, consiguió destruir a Juan y a ella la convirtió en la dama del agua y le encomendó la función de preservar el preciado líquido para generaciones venideras. Sólo dos opciones tenía la joven para romper el encantamiento. La primera era que debía encontrar, en la noche de San Juan, una pareja que se amara de verdad. Para ello, Juana ofrecía a los amantes joyas de oro con el fin de desvelar que lo que compartían no era amor verdadero, y si los bienes materiales no les tentaban, la joven se ofrecía con toda su hermosura. La otra opción sólo se le presentaría cada 100 años, cuando un hilo de lana rojo descendería por el nacimiento representando su propia sangre.
Así que, si se acercan a disfrutar de este mágico paraje, quizá tengan la oportunidad de liberar a la “encantá” de Las Tosquillas. Si es así, no corten el hilo rojo.